Por Manuel Abarca Meza
Cada cierto tiempo aparece una “joya” en la discografía de la música chilena, que generalmente constituyen un eslabón perdido en la historia de los grandes patronos musicales de Chile. Más allá de las razones para que estas joyas vayan saliendo a la luz, lo cierto es que ayudan a entender el proceso creativo de antes, durante y después de la consagración de estas bandas con sus discos ya legendarios… o quizás no.
Este es el caso de la primera edición del disco “London 69” de Héctor Sepúlveda, líder y guitarrista de Los Vidrios Quebrados, una de las bandas patronas del rock en Chile, que, con sus canciones en inglés, pero con títulos en español, mezclaban el beat colérico de la época con nuevas influencias traídas del blues británico y la psicodelia. Su primer y único disco, “Fictions”, es ya un clásico de la discografía chilena.
Sin embargo, para sumergirse a este nuevo disco es necesario hacer un poco de historia, contada en este caso por un comentarista anónimo: En 1968, durante la última época de vida de Los Vidrios Quebrados, Héctor Sepúlveda invita a Eduardo Gatti, otro legendario, a sumarse a la banda, en reemplazo del antiguo guitarrista, Juan Mateo O’Brien. Luego de un viaje a Valdivia, Héctor Sepúlveda decide intempestivamente salirse de la banda, y emprender rumbo a Inglaterra, a un viaje tanto de introspección interna como de experimentación, incluyendo experiencias alucinógenas para ese efecto. Una vez establecido en Londres, consigue el estudio de Decca Records, legendaria discográfica de, entre otros, los Rolling Stones, para grabar un disco solista. Una vez grabado, por una decisión comercial jerárquica, la disquería decide no lanzar este disco, no sin regalarle una copia de los masters a Héctor Sepúlveda, quien durante 40 años los guardó celosamente en su poder, hasta decidir lanzarlos oficialmente el 2017, obra que no alcanzó a ver culminada debido a su fallecimiento.
En este contexto nos encontramos con “London 69”: un disco experimental de tres temas de larga duración, totalmente instrumental, y realizado casi únicamente usando guitarras eléctricas y una que otra percusión. En general, el disco consiste en una serie de improvisaciones y experimentaciones con loops, feedbacks y efectos de guitarras eléctricas superpuestas en afinaciones especiales, propios del rock psicodélico inglés de fines de los 60’s y de lo que realizaba, en cierta medida, Sepúlveda en Los Vidrios Quebrados, utilizando a su vez un único acorde sostenido en el tiempo, como pedal o “drone”, propio de la música de la India, popular, estudiada y utilizada en la música inglesa de ese entonces.
El primer tema, “Buganvilla”, mantiene un riff realizado en base a un loop de guitarra que da ciertos aires de ritmo que a su vez es adornado por solos en escala menor melódica con escalas de blues, todo ello sobre un colchón de loops al revés de la misma guitarra”, cuestión que genera un estado largo y letárgico. El segundo, y quizás más interesante tema, “Every Night at the Same Street”, ocupa como base uno de los tantos ritmos hindúes acompañado de un pandero que hace las veces de percusión, también en la forma de la música de la India. En este caso, mientras una guitarra rítmica afinada en forma no tradicional acompaña, Héctor Sepúlveda improvisa solos que no siguen una estructura formal determinada, sino que se va amoldando a la velocidad del tema, que progresivamente va aumentando hasta desaparecer. Finalmente, “London Times” utiliza grabaciones realizadas por el propio Sepúlveda de las calles de Londres, repetidas continuamente a lo largo del tema, que acompañan un solo de guitarra acústica en clave más folk europea y blues, que los dos temas orientales.
Una vez escuchado el disco en su totalidad, surge la necesaria pregunta: ¿Constituye este disco un eslabón perdido de la música chilena, un solo fulgor de iluminación o una experimentación que puede pasar desapercibida frente al panteón de los discos chilenos de fines de los 60’ y comienzos de los 70’? La respuesta a estas preguntas supone ponerse en la vereda del auditor admirador de los albores del rock chileno, o ponerse en la vereda del historiador.
Durante la época de los coléricos, y salvo contados casos en lo que será la posterior Nueva Canción Chilena, el nivel de experimentación en estas inéditas grabaciones de Héctor Sepúlveda, por un lado, excede al común denominador del estado del arte de la música nacional en ese entonces. Sin embargo, a su vez es parte de lo que, en Londres, en un lugar determinado en un momento determinado, se estaba desarrollando, llevando las experimentaciones psicodélicas y la música india a un análisis y tratamiento continuo en la grabación que realiza. De ahí entonces que el calificativo de que “London 69’” sea un “eslabón perdido” de la música queda a la vez corto y largo: corto, porque es algo que nunca se escuchó ni volvió a escucharse en Chile (de haberse escuchado, obviamente), y largo, porque constituyen grabaciones de experimentaciones acordes a su tiempo en una circunstancia determinada.
Sin perjuicio de lo anterior, lo cierto es que hay un factor que unió en ese momento dos formas de componer, dos formas de tocar guitarra, y finalmente dos mundos musicales, que hacen que “London 69’” sea una obra única, a su modo, y que haga abrir los ojos y los oídos de tanto auditores aficionados como historiadores de la música al momento de escuchar este extraño disco: un guitarrista chileno haciendo de las suyas en Londres, tomando lo mejor de ambos mundos para hacer algo completamente distinto, que impresiona tanto al chileno como al inglés. Quizás por ello es que debió de haberse mantenido oculto durante tanto tiempo, pero esa pregunta sí que excede a todo lo que puede escribirse sobre “London 69”.