Benito Antonio Martínez Ocasio es un tipo esforzado. En sus entrevistas no para de mencionar que todo se lo ha ganado con esfuerzo y es fácil entender por qué. Casi cada semana aparece una canción nueva firmada por él o donde aparece uno de sus versos. Eso por casi ya tres años. Canciones en las que produce y compone.
A veces resulta dificil seguirle el rastro, un día puede lanzar una canción de la nada para el siguiente colaborar con alguien de la talla de Drake. Es un intento por mantener su nombre vigente y que la gente no se olvide de él a través de publicar y publicar canciones para que nadie descanse. Algo díficil de sostener en una industria tan saturada como la de la música urbana.
Pasado el injustificado prejuicio en contra de la música urbana, es sencillo entender por qué Bad Bunny es transversal en algunos millenials del 90 y esa “generación pérdida” de los 00′. Es el hedonismo sin tapujos, pero también la pena y la rabia manifestada en beats simples y acordes, millones de veces usados, que de todas formas arman algo original.
Toda nueva generación ve en sus artistas y su trabajo una vía de escape que las generaciones antiguas no entienden o desprecian. Pasó con el punk, pasó con el rap y ahora con la música urbana. Esta vez con hombres y mujeres latinos que no son virtuosos en sus habilidades musicales, pero que son capaces de entregar un producto – en contadas excepciones – originales y ambiciosos.
Hace tres años, Benito Martínez trabajaba como empaque en supermercados de Puerto Rico, había dejado la universidad después de dos años y medio y se aventuraba en solitario a crear beats y letras . “Diles” fue la canción con la que latinoamerica se enteró de Bad Bunny, amparado bajo el sello “Hear This Music” y con padrinos como Ozuna y Arkangel.
Ganó popularidad por su nombre, su estética y distinguible tono de voz, pero seguía manteniéndose dentro de un montón de hombres que ocupan sinónimos para autodenominarse “el jefe”. En pocos meses logró volverse más popular a través de colaboraciones con gigantes de la vieja escuela y los nombres ya establecidos, como Daddy Yankee o Farruko, para el 2017 estaba en la primer línea del género.
Pero hacía más de lo mismo, a su forma, pero más de lo mismo. Hasta Amorfoda.
Amorfoda es el punto de inflexión de su carrera y también del género. Por primera vez se mostraba vulnerable y meláncolico, no era el ganador esta vez y lo hizo con una canción extremadamente simple: un piano y una voz arrastrada.
En un género que caracterizado por hombres que se creen dueños del mundo, Bad Bunny entendió que la gente podía identificarse también con el otro lado. Un ejercicio que también repitió en su disco debut y luego en su colaboración con J Balvin, OASIS, específicamente en LA CANCIÓN.
Después de incontables singles y colaboraciones, a finales de 2018 coronó un año que había sido suyo con la publicación de X100PRE. Es un disco que se divide en “perrear y llorar” y donde muestras sus influencias más allá del reggeaton y lo latino. Hay pop y guiños al pop punk, música con la que creció – y su generación – algo que no se había visto.
Pitchfork le puso un 8.2 y recibió comentarios positivos por varios medios internacionales. Lo latino había llegado a los críticos especializados, quienes intentaban encontrar el por qué la música urbana tomó a la industria por sorpresa.
El 2019 todos seguían hablando de Bad Bunny. Estuvo en Viña, canceló a quienes lo quisieron cancelar, hizo de líder, en Instagram, de las protestas para sacar al gobernador de Puerto Rico y cuando terminó ahí se lanzó con un disco con J Balvin bajo el nombre de OASIS.
Trabajo duro, originalidad y buenas canciones le dieron el estatus estatus de estrella mundial en menos de tres años. Haters, críticos, prensa y fans tendrán de qué hablar probablemente por años.