Algo de lo que podemos estar seguros en el mundo de la música: el enigma vende. Captura, atrae, desconcierta. Pesos pesados de nuestros tiempos, como Björk y Radiohead, han decidido que sus carreras estarán llenas de giros inesperados. Carajo, durante años ni siquiera supimos con exactitud quién era Burial. El caso de Black Midi es bastante peculiar, puesto que su enigma no constituye sorpresas ni trucos fuera de lo común, sino que se basa más bien en lo indescifrables que son.
Grabado durante cinco días bajo la guía de Dan Carey, reconocido veterano de la producción, Schlagenheim, el álbum debut del cuarteto londinense, es una obra de arte curiosa, casi esotérica, donde variados disparates vienen a coincidir en el éter. Guitarras angulares del math rock, tempos acelerados, atmósfera densa y experimentación excesiva generan una aleación caótica que demanda atención.
El término ‘schlagenheim’ es un concepto compuesto por la banda, que toma las palabras “schlagen” (golpear) y “heim” (home), y significa aquella verdad o realidad que genera un efecto inquietante para las personas que la conocen. Esta definición se torna mucho más clara desde el ángulo de las líricas del disco, nueve reflexiones sobre el descontento, la insatisfacción y la mentira del progreso en el mundo del exceso neoliberal.
En la cima de este revoltijo se sienta Geordie Greep, vocalista principal de la banda, jugando al rol de hombre loco, profeta apocalíptico que emite sus prédicas febriles hasta lo incomprensible, enlazadas con el desmadre guitarrero que ofrece el músico Matt Kelvin.
El narrador de Greep transita la fina línea que separa lo personal de lo privado, delatando en el camino las grietas que enlazan ambas aristas. En el número de apertura, “953”, lo hace desde una mirada crítica del adoctrinamiento y moral religiosos, mientras que el pseudo-tema titular se enfoca hacia un cuestionamiento de las nociones sociales sobre el romance, el sexo y la actual conexión en las relaciones de amor modernas.
“es una obra de arte curiosa, casi esotérica, donde variados disparates vienen a coincidir en el éter”
“Speedway”, uno de los primeros sencillos de Black Midi, hace su aparición temprana desenvolviéndose casi como una pista perdida en los primeros días más krautrock de los legendarios Stereolab. “Construye este terreno, en llanuras inundables, cerca de agua puntiaguda, y parque de mierdas de perro”, comanda el bajista Cameron Picton, con tono seco de voz y los dientes apretados. “Nueva ciudad / Viejos edificios” es la frase que simboliza el relato de cómo construimos innovación y creación encima de los problemas habituales sin solución.
Picton vuelve más tarde a protagonizar la completamente distinta “Near DT, MI”, un asalto auditivo casi post-hardcore en su ejecución. Dos minutos bastan para desencadenar el combate entre las dinámicas de quieto y ruidoso que representan la mayor fortaleza de la banda hasta ahora.
Tal como lo manifiesta el título, “Western” parte desde una base de guitarra serena, que exuda aires de banda sonora para películas del género de los vaqueros estadounidenses. A partir de ese punto, la pista va y vuelve, se desprende y reconstituye, volviendo al mismo lugar donde empezó. “Después de todas las cosas de mierda que me hiciste, te pongo en una zanja”, declara el personaje central, airoso campeón de un duelo del Lejano Oeste que simboliza el fin de una relación tóxica.
“Ducter” ejecuta el mismo truco de crescendo y progresión, con diferentes recursos, pero de camino al cierre final, se siente como si la pista hubiese tomado control de sí misma y eligió hacer implosión camino a los últimos segundos del álbum. Greep, en su faceta más desafiante, interpreta a acusado y a juez, en un relato que hace las veces de espejo sobre la alarmante realidad de los abusos sexuales.
La majestuosidad de los paisajes sonoros de Schlagenheim contaría una historia radicalmente distinta sin los talentos de Morgan Simpson, el versátil y dotado percusionista que enciende las composiciones. Por momentos, la producción de Carey amenaza con sepultar la potencia de sus baterías, pero Simpson sale de este álbum con la frente en alto, dejando en evidencia la romántica delicadeza y la brutalidad que emana su técnica instrumental.
Schlagenheim es un esfuerzo agotador. Su crudeza y abundancia de ideas resulta desmesurado. El orden de sus pistas musicales no se mantiene consistente, y el estilo híper-literario que adoptan sus narrativas puede valerles perder más de un oyente. Pero en la era de la gratificación inmediata, es un rebelde con más que una causa, uno que te obliga a sentarte, callar y ponerte frente a frente con la otra cara de la moneda. Su impenetrabilidad lo hace una producción magistral y fascinante que se desenrolla con cada escucha. En el microcosmos de los nacientes Black Midi, cada palabra, cada nota y cada sonido es un significado. O varios.
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