Es mayo en Australia. Los vientos de otoño azotan el rostro de sus cerca de 23 millones de habitantes cuando su música, esa pronunciada en un acento tan particular, vive un nuevo destello. Andanzas de adolescentes en la ciudad de Perth sin meta alguna en la vida encuentran un fruto. Su nombre ‘Innerspeaker‘; su sonido ‘psicodélico, sesentero recogiendo las guitarras del blues más clásicos en tono distorsionado’; su recepción: colarse dentro de los 100 mejores álbumes de la década según Pitchfork, y renovar un género que prácticamente desde su creación venía en un sostenido declive, la psicodelia.
Pero la historia no se remonta a mayo de 2010. Cinco años atrás, recién salido de preparatoria, y con la frescura de los 19 años, Kevin Parker formó junto a Steve Summerlin (bajo), Nick Allbrook (voz), Joseph Ryan (guitarra) y Richard Ingham (sintetizador), Mink Mussel Creek. Y si bien, no alcanzaron a editar álbum alguno bajo los formatos que hoy en día se consideran ‘corrientes’, si revistieron su música de capas que para ese entonces, estaban en desuso: rock frenético, alocado, con toques lisérgicos y abundante sentimiento callejero. Kevin tomaría las labores de baterista en este proyecto, una que a la larga, le sería insuficiente.
Recluido en Perth, la lejanía de la sociedad pero a la vez su irónica cercanía, constituiría su primera inspiración. Inquietud que plasmó en una entrevista con Pitchfork en años posteriores, donde ya la consolidación era parte de su vida: “Perth tiene algo completamente diferente a todos los demás sitios donde he estado. (…) Está suficientemente lejos de todo como para que todo el mundo nos importe una mierda, pero está suficientemente cerca como para que sepamos qué pasa ahí fuera”.
Soledad desde su niñez, que encontraría en la música un consuelo. Tempranamente sus padres se separan, quedándose él con su madre. Los intentos por forjar una nueva vida terminarían con su progenitora en un vaivén de relaciones tortuosas, significándole un pasaje directo a casa de su padre. Allí, se refugia en discos olvidados de la cochera: Beach Boys, Supertramp y The Beatles. “De ahí viene mi amor por la melodía”, dice en conversación con Indiespots.
Ya, en su pubertad, decidiría que sería su oficio de por vida. Tocaba batería y guitarra, haciendo grabaciones con una doble pletina. Su padre, viendo su talento, le compró un 8-track, pero a la vez trató de eclipsarlo. Eran horas las que Kevin pasaba en los instrumentos, perdido en su calidez y soledad, por lo que lo envió a un colegio católico esperando que encontrara una profesión ‘de bien’. Pésima idea: eso lo enervó a buscar aún más en su creatividad, en un cosmos tan grande que lo obsesionó. Su plan era estudiar astronomía, pero terminó siendo un ladrillo más en la muralla: repartidor para un estudio de abogados.
“Lo mejor de ese trabajo era la soledad; iba de un lado a otro de la ciudad repartiendo papeles, solo”, relataría. Un periodo gris, pero que sirvió para pintar los colores de su acuarela musical; las discografías de Cream y Jefferson Airplane eran sus víctimas favoritas.
Proyectos varios —algunos clasificados como materia de culto otros como simples ensayos de un adolescente— hasta que Parker sentó la cumbre de su música: imaginar sonidos, pensamientos sueños, espacios astrales y plasmarlos en canciones. “La imaginación y los sueños de la gente son mucho más jodidos que las drogas. Esto es simplemente cómo suena la música cuando la imagino. Aunque el uso de adjetivos lisérgicos para definir su música no le incomoda en absoluto. “La música tiene en la gente el mismo efecto que las drogas y por eso se hacen comparaciones. Para mí es un halago, totalmente. Significa que hemos conseguido hacer algo que hace que la gente experimente sensaciones extrañas”, afirma. ‘Innerspeaker’ está ya a la venta.
De boca en boca, entre curiosos a escépticos se transmitió la información. Unos desconocidos ‘Tame Impala‘ habían registrado un álbum como pocos, adaptando ‘Revolver’ de The Beatles a sonidos modernos, dialogando con los lúgubres acordes de ‘White Rabbit’ de Jefferson Airplane, y masticando el blues de Jimi Hendrix decodificándolo en un aura más suave, onírica.
Once canciones que se inyectan en nuestra mente, como un sutil pinchazo de heroína. ‘Alguien habló y fui para un sueño’, dijo John Lennon en ‘A Day in the Life’, una de las piezas claves en el universo de los ‘fav four’ y que bien parece resumir este álbum. No se trata de sencillos exitosos, o canciones que requieren una interpretación separada, hay un todo unido que no puede ser fragmentado, un canto cósmico desde los confines de la mente de un sencillo músico australiano a su audiencia. “Las canciones de “Innerspeaker” son las más crudas y viscerales, cargadas de detalles pero sin un Kevin Parker tan calculador y meticuloso como en otros trabajos”, parafraseaba acertadamente la prensa especializada.
“Un disco muy guitarrero y evocador en cuyas canciones se pueden escuchar ecos de los Pink Floyd de la etapa de Syd Barrett, así como sonidos más novedosos que ayudarían a definir lo que actualmente ya ha quedado establecido como neo-psicodelia”, resume el portal Quinto Beatle.
‘Innerspeaker’ cumplió 7 años hace sólo unos días, y al igual que piezas claves en la psicodelia como ‘The Dark Side of the Moon‘, su gracia radica en su interpretación. En un día nublado tiene un sabor distinto, en crisis existenciales resaltan sus líricas, en la jovialidad es un viaje por un campo utópico. En definitiva, un trabajo que se reinventa a sí mismo en orden al usuario. Probablemente una de las piezas de mayor relevancia en los últimos 20 años.