Nueve y media de la noche y la espalda de Mariano Montenegro brilla en el telón de fondo cuando se abren las cortinas del Teatro Cariola. Los latidos amplificados de un corazón eléctrico retumban por las paredes. En contraluz se dibuja la silueta delgadísima de Milton Mahan. El pulso se acentúa. Y un chillido largo se traduce como una bienvenida afectuosa y adolescente, en el mismo instante en que se cuelan los acordes de Noche Profunda, el primer tema de Sangre Cita y el inaugural de este show de lanzamiento. Se trata del cuarto álbum de Dënver después del EP Totoral y los exitosos Música, Gramática, Gimnasia y Fuera de Campo.
Hace meses no se presentan en vivo. Lo saben. Con sus nucas al público la música se monta sobre la palpitación incesante. Mariana dobla el cuello, mira a la audiencia, suspira y esboza las primeras líneas, lentamente. El concierto se da por iniciado. Y con el, un coro que susurra cada respiración pausada, cada estrofa del tema que también fue el soundtrack de una serie de TV inspirada en el caso Zamudio. Desde los palcos, familia y amigos aprietan los flashes de sus cámaras. Abajo, decenas de fans acompañan y acogen. Mariana (escote largo en la espalda, falda y medias y transparencias negras) y Milton (pitillo, polera oscura y chaqueta blanca ceñida) fueron cómplices para las recientes Yo Para Ti No Soy Nadie y El Fondo Del Barro. Al tercer tema, la muchachada pide el beso entre ambos, cuan Festival de Viña. Mariana coqueta se equilibra sobre su pierna izquierda, posa de niña buena pero nerviosa. Milton en el acto tira la pelota al corner y con el ademán de déjenme tranquilo esquiva el bochorno, entre risas.
Dos bailarines acompañan la performance de Dënver desde la corporalidad. Dos bailarines que se pasean por el plató envueltos en mallas negras, y que por minutos son movedizos guardaespaldas de Mariana. Los tres comparten coreografías cuando la fiesta lo requiere. Se ven coordinados. Eso hasta las baterías eléctricas de La Última Canción, balada que pone a la cantante al teclado. «Me pides que me desvista, por primera vez en la vida», le grita Montenegro al piño entusiasta, y como respuesta furiosa, gritos y piropos inocentes, escasamente sexistas.
Decenas de púberes son el núcleo duro del show, pero también parejas y público que conoció al dúo en 2010 con Música Gramática, Gimnasia. El guiño a los viejos viene con «Mi primer Oro», el instrumental que abría aquel elogiado álbum, y que esta vez suena más embazado que de costumbre. El lapsus sirve para el primer cambio de vestuario de la sanfelipeña: un traje blanco con motivos dorados, con halos egipcios o «princesaleiescos», que a contraluz complementan y sobresaltan la piel que brilla ligeramente sudada.
Un baterista, un músico a cargo de las programaciones, Milton en la guitarra y Mariana en el teclado dan vida a Dënver en escena. La escases de músicos es una resta en las canciones armónicas y una suma en las bailables. Bola Disco y En Medio De Una Fiesta marcan un quiebre melancólico antes que Milton le agregue parte del estribillo de Amante Bandido al último track. Gesto de relajo y distención que también se refleja en la retórica: el dúo actúa como auténtico maestro de ceremonia. Entrevistan a sus músicos invitados. Se ríen de sí mismos. De su situación de ex pareja. De sus ex. De sus amigos en común y de las referencias musicales.
El cover de la noche también es un homenaje a Supernova, «el primer grupo netamente pop» en voz de Mariana, que al teclado interpreta Tu Y Yo. Fanny Leona (de Playa Gótica) es la primera invitada. Juntos cantan La Lava, también de Sangre Cita. Y luego Felicia Morales sube a escena con su chelo para dar forma a la banda sonora de Historia de un Oso, el corto ganador del Oscar,
La discoteca revive en Revista de Gimnasia, con la que Milton se erige como protagonista: algunos gritos destemplados y ciertas desafinaciones van al sacrificio de una performance que incluye contacto in situ con la asistencia. Pedropiedra y Me Llamo Sebastián también son citados. para Sangrecita y Los Vampiros, ambos tracks de un álbum que sonó en vivo prácticamente entero, y que fue coronado por un entusiasta e improvisado cuerpo de baile (los Denversaurios): fans uniformados que suponían una fuerza de avanzada del Denverismo práctico. Entre ellos, y entre cada melodía suya, Milton y Mariana se amalgaman en un holograma colérico de Pimpinela: se acarician el pelo, se hablan al oído, juegan con sus micrófonos, se mueven las caderas, se cantan labio a labio.
La parte final la destinan a lo que ellos mismos llaman «el pasado». Un vestido negro de lentejuelas y curvas le sirve a Mariana de armadura en la despedida, que incluye una versión libre de Diane Keaton, una aplastante e hiperdiscotequera Olas Gigantes y la romántica Miedo a Toparme Contigo. Antes que todo termine, que la música y los hologramas se disuelvan, Mariana le dedica el concierto a todos los pololos de su vida, y Milton a los amigos que llegaron al Cariola. Los hijos del Aconcagua recorren por última vez el escenario cuando la pifiadera pide Los Adolescentes, canción que como en un ritual vampiresco desaparece en la hoguera a la salud de Sangre Cita.
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