La experiencia fue una en el Movistar Arena. Es la banda del momento que hace bailar al mundo y cruza todo tipo de estereotipos habidos y por haber. Llegaron a Santiago precedidos de excelentes criticas y halagos, donde su nombre en los rankings europeos y charts norteamericanos es sinónimo de éxtasis. Disclosure, el famoso dúo de los hermanos Lawrence debutaban en nuestro país y traían un arsenal de éxitos.
Hits comprobados por el mismísimo Noel Gallagher: “El show de Disclosure es impresionante. Fui A Glastonbury este año por séptima vez y se convirtió en uno de los mejores espectáculos que he ido en la historia del festival. Tienen una vibra de acid-house old school que me encanta”, bastante razón tenía el ex Oasis al referirse al potente espectáculo que ofrecieron en Santiago ante unas 10 mil personas.
La nube verde que cubría el sector cancha acentuaba los fuertes claros de luz que el proyecto pone en escena. Máquinas, congas, platillos y el bajo de Howard Lawrence que sedujo con ritmo groove a una que otra chica con flores en su cabeza.
White Noise se convirtió en una pieza de buen inicio al comenzar su show a las 21 horas puntualmente. Dos toneladas y media de equipos –entre luces y puesta en escena-, en el que el house, pop, r&b son el mixtura con la cual los hermanos se lucen frente al mundo ante un espectáculo hipnótico. La técnica no falló y el público bailó en todo momento. Algunos dicen que son los Underworld del 2016: o sea, no sabes que pasará al día siguiente con ellos. Pero el reino actual del EDM, el que se traduce en un apretón de botones y todo funciona.
Con Disclosure, el camino se amplia en el debate. Suenan tal cual como en la radio, pero disminuyen el sampleo de sus canciones y las ejecutan en vivo. Lorde y The Weekend fueron parte de aquello, donde el clásico ímpetu en cómo una banda electrónica debe sonar, se desvía en su puesta en escena. La idea de los hermanos Lawrence es rebatir eso: el sonido bailable se ejecuta en vivo.
Los números no mienten al momento de definir en términos de industria y entretenimiento acerca de lo que realizan y hacen Guy y Howard alrededor del mundo; un aire sin atisbos de posicionarse en en un género y expandirse sin confluir en relaciones en lo que respecta al encasillamiento de su potente show en vivo y sobre sus discos.
Hablar sobre cómo sonó cada uno de sus éxitos parece ser caer en un lugar común; en todo momento la fiesta se guió bajo un mismo concepto: euforia e introspección sensorial. Pantallas multicolores con laberintos infinitos y su infaltable ‘máscara’ iluminaban los agotados rostros de los asistentes. Manos alzadas, caderas girando en sincronía con los beats. Aullidos no sólo de euforia por ver a una banda que tan esquiva le fue a Chile incluso teniendo millonarias ofertas sobre la mesa, también por el descargo de energía y realidad alterna que muchas veces parecía adentrar.
En Chile conmemoraron el aniversario de Caracal. Y las fichas sobran. Pero la hora y media quedó corta para tamaña fiesta. La fuerza de un sonido al ritmo del beat y sobre todo, el house, trascienden en psicóticos, infinitamente animados por cambios visuales y parpadeantes en sus titánicas pantallas. Una constante interacción con los sentidos de los asistentes: euforia, amor, melancolía y esperanza; lenguaje que creó su propia sintonía. Los ojos cerrados abundaban entremedio de improvisados pasos de baile. Quizás es esa la característica que hace tan especial a Disclosure; el alejarse del perfil de artista electrónico con aspiraciones poperas optando en todo momento por profundizar su propia música. Una jerga que en momentos llega a la espiritualidad animada por pampaneantes luces.
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