En algún momento de nuestro pasado más reciente, Jamiroquai se asomaba como la ambigüedad musical por excelencia. Una exquisita ambigüedad, en la que la mayoría de sus mejores hits se parecían lo suficiente, pero con la autenticidad y los detalles para llegar a reconocerlos al instante, ya sea según sus líneas del bajo o por las cadencias vocales de este vaquero espacial ampliamente orgánico, que se asomaba al nuevo milenio renegando de la insanidad virtual que nos ofrecía el desarrollo humano.
Hoy, cerrando el 2017 y con un disco bajo el brazo tras siete años de silencio en el set, Jay Kay y compañía regresan para avisarnos que ellos también se suman a la era digital, a la era automatizada, a través de una producción que “suena” a Jamiroquai, pero que no “sabe” a Jamiroquai.
El groove detrás de cada corte se mantiene intacto, muy disfrutable y muy bailable, pero de alguna forma esta incorporación de sonidos robotizados no terminan de encajar a la primera con el espíritu ácido, disco y funk a la que siempre hemos estado acostumbrados. Pero por favor, de eso mismo se trata una nueva producción y si viene con estética y enfoques renovados, nos sentimos más agradecidos aún.
¿Se tradujo todo esto en el show del Movistar Arena? Pues, con un recinto repleto, en su mayoría por la generación X-Z y los “pre millenial”, los reyes del Acid Jazz dejaron más que clara su vigencia. Aunque para que estamos con cosas, Jamiroquai es -hoy en día- un producto de Jay Kay, y como tal, lo más sensato sería abordar esa arista, para abordar el show.
A días de cumplir 48 años y con un sombrero retro-futurista que se aleja de los guiños a la cultura Iroqués con la que construyó a su característico personaje, el líder histórico de la banda vuelve reinventado, al mismo tiempo que intacto vocalmente. Impresiona notar que cada canción, de principio a fin, fue interpretada en la técnica de manera impecable, tanto que llega a dar la sensación de que detrás existe alguna artimaña tipo playback haciendo el trabajo. Pero no, Jason Kay dice presente en gloria y majestad, manejando incluso sus famosos pasos de baile con el que nos demuestra que el ritmo se lleva en la sangre y en los parafernalicos sombreros.
El tracklist resultó preciso de principio a fin, y pese a que era imposible no sentir un pequeño desentendimiento desde el público mientras lo nuevo de Jamiro sonaba, la banda supo dosificar los tracks de “Autómatton” en la medida adecuada, para no saturar de sonidos precocinados, pero tampoco sin dejar de invitarnos a encontrarnos con la octava y tal vez más arriesgada producción del hoy septeto inglés.
Puntos en contra de la jornada: la siempre tan cuestionada acústica del Movistar Arena, y un par de amigos que se anduvieron durmiendo en los laureles de las consolas de sonido. También, no nos restaríamos de apostar que no estuvimos frente a la versión más “deluxe” de esta gira, pues de alguna forma algo nos decía que su paso por Chile se sintió más como un trámite que como una oportunidad para dejarlo todo. Pero ojo, solo nos aventuramos en esta crítica porque sabemos que Jay puede dar mucho, pero mucho más cuando vibra con cada una de sus canciones. Pero bueno, ya quisieramos estar nosotros saltando, cantando y bailando de esa forma casi a los 50 años ¿no? Aunque lo imperdonable fue no habernos entregado una versión como dios manda de “Virtual Insanity” para cerrar el concierto, pues por muy tremenda que sea “Deeper Underground”, habernos dejado sin la canción con la que probablemente muchos conocimos a Jamiro, fue casi un chiste de mal gusto. Pero bueno, nada que hacer.
En fin, tal vez a algunos les falte digerir aún más lo que a sido “Automaton”, tanto por su contexto como por lo mucho que cambió el mundo en casi una década de silencio discográfico. Pero si algo queda claro, es que si existe alguna emergencia en el planeta tierra, Jamiroquai siempre podrá venir transitando en nuestra frecuencia, con un Boogie… que es de verdad.