¿Y, cómo estuvo? Íntimo. Aparentemente Íntimo. Pero tranquilo, respetuoso. ¿Cómo así? Sin peleas, sin borrachos, parejas de todo tipo augurando un buen fin de semana, ojalá de mucho consumo. ¿Parejas? Sí. Parejas que llegaron de la mano y salieron abrazadas tras una hora y veinte de José González. ¿Lleno? Sí, pero fue en La Cúpula: quizás un cumpleaños también llena la Cúpula. Y llegaron temprano. Más que por los teloneros, o por la música, por respeto. ¿Respeto? Respeto condescendiente. Lo dijeron los Niños del Cerro, que un poco antes de las nueve inauguraron la noche y al final dijeron “Pensábamos que nos iban a hueviar y a pifiar pero se han portado muy bien”. Todo lo contrario.
El público más impaciente se sentó al borde y atento con una botella en la mano. ¿Botellas de qué? De cerveza: el concierto lo auspiciaba una marca de cervezas, y adentro las vendían a 2 por 4 mil como mucha gracia. ¿Promotoras? Promotoras forzudas que se pasearon dentro del piño con bolsos repletos de botellas que después nadie recogió y que quedaron ahí, en el piso. ¿Pero el show qué onda, cómo estuvo? Te dije que respetuoso.
Después de una presentación más que destacable de Niños del Cerro -quizás su concierto más importante- vino José González, a las 21:55. Entró con una guitarra tradicional colgada al hombro, solo, para empezar con Crosses. El tema dio la directriz que seguiría todo el recital: orgánico, sin bases electrónicas, con teclados reducidos al mínimo, intrínsecamente acústico. ¿Y tocó siempre solo? No. Al segundo tema subió su banda: un baterista, un percusionista, otra guitarra española y un hombre a cargo de las bases y teclados. Al unísono tocaron circunspectos cuando la ocasión lo ameritó. En otros momentos los cinco simularon transformarse en un computador de madera, desde donde se programaban pistas con el golpe de las yemas de sus dedos.
Las canciones de González –melosas, repletas de arpegios de guitarra, amables, de folk sin daño- se escuchaban como en un estudio. En cada una el silencio se comía todo y podían oírse hasta los estómagos. ¿Tocó sus covers? Fue generoso con sus covers. Sonaron Hand on Your Heart (Kylie Minogue), Walking Lightly (Junip, la banda donde también milita), Home (Barbarossa, donde colabora), This Is How We Walk on the Moon (Arthur Russell), Teardrop (Massive Attack), Heartbeats (The Knife) y Line of Fire (Junip). ¿Se escuchó bien? Sí. Y el público agradeció la natural caja de resonancia que se constituyó en la nariz de José González. ¿Por qué? Porque llegó resfriado, gangoso, rasgo que sus canciones nasales agradecieron, pero que fue un problema para su performance: entre canción y canción secaba el sudor de su cara, se tocaba la nariz y apuraba el tramo. ¿Y la interacción? Mínima pero genuina. Sin halagos patrioteros ni mentiras sobre Chile.
El ruido de las botellas vacías que quedaron tiradas a veces lo desconcentraba de ese vínculo. Se caían o rodaban por el suelo cuando José González afinaba esa guitarra que en todo el recital nunca cambió. El público aprovechó los espacios sonoros para gritarle cosas como “Buena Pepeee”, o “Hola Pepeee”, y otras más con “Pepe”. ¿Canciones nuevas? Se apoyó en su último disco, Vestiges & Claws, pero pasada la primera parte del concierto, fue dadivoso en materia de hits. Los momentos cúspide sucedieron cuando la banda aceleró el ritmo y los auditores tímidos pudieron moverse y bailar, o entrar en una danza tribal personal, inocente, debutante. ¿Cuica? En algunos casos cuica, por supuesto. Varias cabelleras dejaron de sujetarse en This Is How We Walk on the Moon, Killing for Love y Teardrop, luego que la calma manejara todo el setlist que duró una hora veinte. ¿Pero entonces fue un concierto romántico? Bajo ningún punto de vista. Fue un tranquilo recital de música, que tuvo un gran momento emotivo con Open Book, donde se sintió el respiro de González y otra vez el silencio que a veces incomodaba, porque daba la sensación que González estuviera presentándose en un centro de madres. ¿Público pecho frío? Respetuoso antes que nada. ¿Resultado de la formación de audiencias; audiencias más maduras que antes? Quizás.
José González agradeció a los Niños del Cerro minutos antes de salir del escenario, y el público aplaudió. No perdieron nunca la paciencia. A veces hubo tanta introspección que las uñetas que agitaban las cuerdas daban escalofríos. Sólo en las breves instantáneas de trip hop uno recordaba que estaba en un concierto del centro. “Gracias por salir esta noche a vernos”, dijo José González, y hombres y mujeres pronunciaron un gran snif. Quizás eso responde tu primera pregunta.