Yorgos Lanthimos es un director que ha cosechado una maestra carrera de extrañas y diversas producciones que van desde la comedia negra y absurda hasta el terror psicológico. El griego ha sellado una huella tan identificable que a meros segundos de metraje es visible su característico diálogo y movimiento de personajes. Ahora en medio de la carrera hacia las mayores distinciones del séptimo arte, entra al enfrentamiento con una comedia dramática de época: “La Favorita” (2018). Levemente basada en la historia de la Reina Ana.
Nos adentramos en el siglo 18, Olivia Colman viste las ropas de la Reina Ana de Gran Bretaña, una líder obsesiva y emocional quien sigue fielmente los consejos de su consejera y amiga íntima Sarah, Duquesa de Marlborough, interpretada por Rachel Weisz. Inglaterra está en guerra contra Francia y Lady Marlborough cree que todo sacrificio es necesario si eso implica ganar la contienda, es por esto que no duda en subir los impuestos, aún cuando pueda significar en el enojo del pueblo. Entonces aparece Abigail Hill, interpretada por Emma Stone, quién poco a poco comenzará a ganarse el cariño de la Reina, y junto a ello, los celos de Sarah.
Aún con los estereotipos por sobre los que “La Favorita” se construye, esta desliza el argumento ante un delicioso juego de relaciones humanas. Cada personaje en la historia existe con un propósito. En un principio el espectadores saca conclusiones sobre las verdaderas intenciones que la consejera pueda tener ante la reina, y asimismo, se vea apoyando a la desvalida Abigail. No obstante, la complejidad de los personajes logra posicionar sus personalidades en un espectro lejano al blanco o el negro.
Robert Harley es principal opositor de las medidas de la Reina, y en sus zapatos cae el actor británico Nicholas Hoult. No solo aparece como una especie de antagonista ante una historia cuyo conflicto está lejos de centrarse en lo político, su personalidad empuja los límites de las protagonistas y las obliga a tomar decisiones que tensen sus amistades. Cada miembro del elenco principal da un trabajo excelso en ponerse la piel de su personaje, partiendo por Olivia Colman cuya exageración va desde lo cómico hasta lo tremendamente angustiante. No solo le da completa personalidad a un personaje que en las manos equivocadas podría haber sido exagerado e irrisorio, sino que torna todas las ridiculeces de la alta sociedad en puntos de crítica y desarrollo.
La Reina Ana vive en completa soledad, solo obteniendo el cariño de aquellos que buscan algo de ella. Quienes legítimamente se preocupan de su bienestar terminan abusando de su amor por favores políticos, y aquellos que desean escalar en los estratos sociales fingen un afecto en pos de obtener aquello que les garantice la vida que desean. Sin entrar en detalles fundamentales respecto al desarrollo de la trama, la última secuencia logra cerrar perfectamente esta temática. Estamos completamente solos.
Emma Stone y Rachel Weisz son piezas fundamentales en esta historia. Sus infantiles discusiones son presentadas en un contexto de social importancia, en qué quién sabe qué puede ser fatal. Cada una brinda un rango de brillante emoción a su personaje. Manipulativa, audaz, perturbadora, y si el argumento lo necesita, cómica. La hermosa química que comparten con Colman pone todo en su lugar, sosteniendo un filme sobre relaciones ante el majestuoso desarrollo sobre el que cada personaje va colaborando. Posiblemente el mejor trabajo de un conjunto de actores montado en el último año.
Piezas clásicas componen la banda sonora cuyo uso se aleja de algo como “Orgullo y Prejuicio” y acerca más a “La Naranja Mecánica”. Melodías angustiantes, y hasta cierto grado paródicas, que aumentan el volumen del suspenso en un juego que, lejano a concentrarse en algún terror argumental, abre lugar a tensión gracias a lo grandilocuente de los personajes.
A su par, una bella composición fotográfica hace completo uso de la locación para centrar la confrontación a los límites del castillo y nunca desviar de la batalla psicológica que las protagonistas enfrascan. Un magnífico uso de luz natural toma liderazgo en escenas en que la gran envoltura de oscuridad pone incapié en aquello que la cámara quiere que veamos. A ratos aparecerán detalles en los fotogramas que agregarán importancia al gran punto de la historia y ayudarán al espectador a atar cabos respecto a qué y cómo es que se desarrolla esta perturbadora comunidad de alta sociedad.
La comedia no toma descanso. Si bien es posible que los cortes cómicos no se sincronicen con el paladar del espectador, hay un notorio gaje de humor en lo ridículo de la situación. No es que la historia en sí sea cómica, es que con el conocimiento que se tiene actualmente, muchas de las rutinas y decisiones se presentan de forma sarcástica cuando se entiende el grado de importancia y el contexto social del momento. Chistes que pasan del buen gusto, que retan el romanticismo de siglo 18, y que atacan los grandes poderes, en un corte que bien podría adaptarse a los tiempos actuales de tristemente cómicas políticas.
“La Favorita” es un filme que se beneficia con múltiples visitas. La serie de detalles presenten en el argumento sellan una cinta que está hecha para ser revivida en diversas ocasiones, además de demandar distintos significados frente a un concepto ambiguo y demandante. Es posible que haya quienes encuentren el ritmo lento e impar, no obstante, gracias a su magnífico montaje y fotografía, compone un trabajo tan brillante, que es difícil no verse envuelto en su maestría.
El director griego confecciona un filme hermoso desde lo técnico y lúgubre hasta lo temático. Una trama que se presenta como una historia de favores y traiciones, pero que en el fondo nos habla sobre como no es posible contar con nadie más que nosotros mismos. Pesimista dirán algunos, pero innegable en la potencia con que el director pone transmite esta pancarta, haciendo uso de cada color, luz y diálogo a mano para impactar en el espectador una carta que difícilmente no será leída. Una historia clásica sobre el concepto menos jovial que podemos engullir, una atmósfera de nihilismo e individualismo, exigente y digno de vivir hasta la raíz de su concepción.
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