El fin de la década no ha llegado desapercibido, y el cine francés tampoco. Con la elegancia que se merece una historia sensible y desgarradora en sus detalles más sencillos, “Portrait of a Lady on Fire” es una catástrofe sentimental deslumbrante que atraviesa las vetas de una fortuita amistad sin límites. Este film francés no sólo acapara la sensibilidad de una lejana época que vierte sus imágenes en la pantalla, sino que con gestos visuales mantiene la tensión de una atracción nublada por los estándares machistas.
Dirigida por Céline Sciamma, “Portrait de la jeune fille en feu” se estrenó tan sólo el 18 de Septiembre en su país de origen, ya contando con el galardón anticipado Queer Palm en el Festival de Cannes, el cual premia a films que representen a la comunidad LGBTQIA+. Con 120 minutos de fervor, esta película destaca las performances de Noémi Merlant y Adèle Haenel en los papeles de Marianne y Héloïse respectivamente, son parte de un reparto de básicamente cuatro personajes activos que navegan en la mayor parte del filme, cuatro personajes que representan lo femenino en el siglo XVIII.
La fotografía del film a cargo de Claire Mathon destaca de sobre manera. Completada tan solo en 38 días en la locación de Saint-Pierre-Quiberon en la isla de Brittany, éstas imágenes resuelven aquello que las palabras no logran saciar. Encuadres impecables que pecan de la perfección de una paleta cargada al sienna y la sombra tostada, reluce el contraste de trajes desgastados y los brillantes reflejos del mar de invierno. Los retratos en la película predominan, por supuesto, siendo Hélène Delmaire la encargada de las pinturas reales, pintando 16 horas diarias con imágenes que resultaban de la misma filmación. Las manos de la artista están registradas en la pantalla, en pleno proceso de obra.
Este acontecimiento francés nos cuenta la historia que une a una retratista al óleo con su elegante retratada. Héloïse, debido a la muerte de su hermana, debe casarse con un noble de Milan quien jamás la ha visto. Este matrimonio se decidirá con un retrato que debe mandarse a dicha ciudad, a cargo de la artista Marianne quien llega a la isla de Brittany para sumergirse en la representación del rostro de su contraparte. Este retrato, sin embargo, debe ser confeccionado sin el consentimiento de la prometida, ya que previo a la llegada de la pintora rechazó posar bajo cualquier circunstancia.
La tensión llega cuando ambas se ven solas en la mansión, con tan solo la compañía de Sophie, la criada. Este trío embarca una aventura que sólo podría catalogar de sentimental e íntima, mientras ayudan a Sophie a abortar y descubren su propia sexualidad. M y H revelan la tensión de una relación que fluye con la naturalidad del mar y aflora en la más íntima de las jugadas pictóricas.
La forma en la que la directora aborda tanto la narrativa como el diálogo es surreal, no por sus enigmáticas escenas de ensueño, sino por la precisa dirección artística que une el mundo visual y la trama. Tanto imagen como diálogo se sumergen en una odisea de suaves colores que hablan de la intimidad en la que te ves sumido. Cada mirada es esencial, cada gesto es imperativo, cada color, perfectamente colocado. Esta es una bruma difícil de atravesar sin ser completamente envuelto por su calidez.
Sutilmente fatal, este film nos habla con naturalidad del feminismo, el aborto en el siglo XVIII, la vida queer, y el machismo como una nube invisible pero poderosa que se posa por sobre las disidencias. Este es un acontecimiento importante, no solo por la representación de lo queer y el romanticismo narrativo, sino por la forma en que todo aquello se compone. “Portrait de la jeune fille en feu” un largometraje soberbio, abrasivo, elemental y por sobre todo pictórico. Una travesía por la sensibilidad austera y las llamas que arden en las entrañas, magnífico en su calidad más impetuosa.
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