Colores pasteles que se funden con una melancolía transformada en un horizonte perfecto. Asimetría decisiva y sensible que profesa la perfección de la narración. Todo aquello es lo que nos evoca Wes Anderson cuando nos enfrentamos a su visión cromática de un mundo caricaturesco pero no por eso menos real. En sus nueve películas, de a poco nos ha inmerso en este universo saturado y ecléctico, donde la composición se enfrenta al color en una relación complementaria y vigorosa. Es en su penúltimo film, «The Grand Budapest Hotel«, que éstas características culminan en una propuesta ilusoria, enigmática y que proponemos como la cima cromática del director hasta el momento. Es entonces, que analizaremos este film respecto de su impecable mise-en-scène (concepto que detallaremos en este artículo) y las características visuales que pone en juego Anderson desde una meticulosa práctica cinematográfica.
«The Grand Budapest Hotel» data del 2014, siendo el film que sucedió a «Moonrise Kingdom» dando un giro impetuoso tanto en la forma de narrar como en la velocidad de aquella, la composición visual y el extremo uso del color. Esta película nos cuenta una gran historia dividida en cuatro tiempos narrativos, cada uno más denso que el anterior: la primera historia acontece en el presente europeo mientras una niña frente a la estatua del «autor» comienza a leer un libro sobre el gran Hotel Budapest. El segundo timeline sería el mismo autor en su escritorio en 1985 narrando algunas hazañas de su juventud que derivaron en aquel libro. El tercer tiempo narrativo es efectivamente el joven autor en 1968 en el hotel en cuestión y cómo es que el actual dueño del GHB, el carismático Zero en su vejez, le cuenta cómo el Budapest llega a sus manos. La última fase, y donde más pasamos tiempo como espectadores es en 1932, mientras el joven Zero narra su vida y la compañía de Monsieur Gustave H, el administrador de un prestigioso hotel de la ciudad de Zubrowka, el Gran Hotel Budapest.
«El aspect ratio muta en función de la época presentada»
Para poder comenzar con el análisis un poco más denso de la composición visual y cromática de este bella narrativa debemos entender qué es el mise-en-scène y cómo es que aquello afecta la manera en la que Wes Anderson se aproxima a la imagen. Mise-en-scène se traduce del francés a «puesta en escena», que en cine y en teatro se asocia a la forma de contar una historia y al tema visual de dicha obra. En este sentido, este concepto en cine vendría a encapsular el diseño de set, la luz, la utilización de espacio, la composición, el vestuario y maquillaje, la actuación, el film stock, y en este particular caso: el aspect ratio, la proporción, tamaño o razón de aspecto de una imagen.
Es por esto que las líneas de tiempo que manejamos en el film tienen mucha relevancia a la hora de editar y componer la imagen de este acontecimiento cinematográfico, ya que el aspect ratio muta en función de la época presentada. El presente se somete a un formato familiar para nosotros, el 16:9; en 1985 optan por un formato 1.85:1, en 1968 se adopta un 2.35:1 lo que representa una tendencia cinematográfica de los sesenta llamada Cinemascope; y finalmente en 1932 la imagen se ajusta a un 1.37:1 lo que representa el cine clásico de los 30. Evidentemente, el director juega con el formato para denotar el contexto cinematográfico en el que se vería sumergida la imagen cada vez que muestra un año específico. Esto no sólo compromete a Anderson con una jugada visual particular que habla de las limitaciones y tendencias de la imagen en el cine, sino también un estilo de narrar, ya que al cambiar el formato nos facilita entender los tiempos narrativos que se mueven con mucha facilidad.
Si nos adentramos en el cromatismo de esta película podemos establecer una clara tendencia de Wes Anderson a narrar a través del color. Cada momento espacio-temporal, lugar, objetos y personajes están asociados a un color específico que denota importancia y significado visual: el Hotel es de un rosado desaturado que le da un aura confortante y jovial que lo demuestra en su cúspide. El staff del hotel está caracterizado por un violeta denso y aterciopelado con detalles de costuras rojas que hacen el símil del alfombrado que recorre el lujoso hospedaje, pretendiendo así que los atuendos destaquen fuertemente mientras caminan por los pasillos y que sean aquello a lo que nuestro ojo se desvía inconscientemente. Mientras que el rojo es parte de ellos, también lo es el dorado que decora las paredes y muebles en cada escena, haciendo que el staff se funda con el edificio al mismo tiempo que sobresalen en la imagen.
«La cima de la perfección cromática y compositiva»
La dualidad del mal y el bien también se narra con el color, la familia de la enigmática Madame D. está toscamente representada con negros y grises así como funcionarios del Estado y la milicia, mientras que Mendel’s y sus asociados siempre llevan el rosado en contraste con el celeste pastel: una rápida manera de entender las inclinaciones de los personajes. Zero constantemente es envuelto en los colores mencionados, morados, rojos y azules profundos, que destacan una paleta restringida en función de entender la pérdida y desolación de él, denotando así su evolución emocional a medida que se le agregan más tonos y saturaciones.
En este sentido, los primarios y los secundarios vuelven a recalcar la vibración e importancia del hotel Budapest, su grandeza se resalta cuando primarios y secundarios chocan para elevarse como narrativos. Así mismo, el edificio del Budapest mantiene su rosado etéreo para actuar como el eje y narrador de esta secuencia temporal, el hotel siempre es la historia principal sea cual sea el timeline. En este ficticio Europa del este el color es vibrante a través de toda la historia y sólo cesa a blanco y negro cuando M. Gustave es asesinado fuera de un tren, proponiendo quizás la más dramática muerte de uno de nuestros personaje principales en la filmografía de Anderson.
Si volvemos al aspecto compositivo en la imagen, Wes Anderson no deja de sorprender. Meticulosamente compone simetrías y asimetrías para denotar relaciones interpersonales en el film, no es sólo un manierismo del director. En este sentido, la perfecta simetría intenta proponer una amplia visión de la historia en la que nos vemos insertos, muestra por ejemplo al hotel en su grandeza pero también como algo familiar y que podemos recorrer; denota de esta misma manera la perfección que inunda la praxis hotelera del Budapest. Zero y Gustave, nuestros personajes principales, comienzan con una relación jefe/subordinado que se ve el la imagen: Monsieur G. se representa siempre delante de Zero y ocpupando más espacio en el fotograma. A medida en que la amistad se afianza, Zero se iguala a su colega, presentándose simétricos y en el mismo plano cuando ambos interactúan en roles equivalentes.
Wes Anderson posee una sensibilidad compositiva y cromática que va de la mano con su visión cinematográfica. Sería un grave error confundir su distintivo estilo por una falta de mensajes claros al momento de narrar. Sus personajes quirky y un impecable diseño de producción ponen al director, y a este film en particular, en la cima de la perfección cromática y compositiva. Aquellos detalles no son una mera pretensión de la mise-en-scène distintiva que se transforma en estilo, sino que son formas de narrar y apropiarse de esa narración. Es un estilo narrativo que se preocupa de cada fotograma para encapsular sentimientos, acciones que derivan en una película que pareciera estar hecha de pinturas perfectamente compuestas. Anderson produce cine como si fuera un pintor en movimiento.
Esta meticulosidad tiene una repercusión, no se trata de una simetría fría, ya que complementada con el color y un guión mordaz apelan a la sensibilidad el espectador. Su perfección tiene una decisión artística por detrás, posee una resiliencia impecable que pone en perspectiva no sólo sus historias sino que el cine como medio de comunicación. The Grand Budapest Hotel propone una visión contemporánea del quehacer cinematográfico y la sensibilidad cromática como parte importante de la narración. Un film que destaca por su sin fin de cualidades visuales aún perdura con su facilidad pictórica. Al final, tal como en nuestra posición de espectador, el hotel ha mutado, igual que Zero y los vibrantes colores que componían sus recuerdos desvanecidos.
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