“Eno” no es simplemente un recorrido biográfico por la vida y obra de Brian Eno; es un viaje sonoro y visual que parece latir al ritmo de su filosofía musical. Desde los primeros fotogramas, el documental nos sumerge en un universo líquido, donde los colores se disuelven como ecos y cada imagen parece estar en perpetuo movimiento, igual que las texturas ambientales que Eno creó a lo largo de su carrera. Es un canto a la creatividad sin barreras y un “documental generativo” que nunca es el mismo cuando lo ves, una experiencia cien porciento en vivo que vemos en Chile gracias al Festival In-Edit en su vigésima versión.
La narrativa no avanza en línea recta, sino que fluye como una de sus composiciones: capas de historias que se superponen, anécdotas que se filtran entre las ondas sonoras y reflexiones íntimas que resuenan largo después de ser pronunciadas. Eno no se presenta como una figura monumental; al contrario, aparece como un artesano de lo intangible, alguien que encuentra lo sublime en el accidente, en lo que se desvía de lo planeado. Su voz, calmada y casi hipnótica, nos lleva a pensar en la música no como un fin, sino como un proceso continuo de exploración.
Lanzado el 2024 y dirigido por Gary Hustwit, es una increíble propuesta visual, ya que a través de un software van modificando la proyección de este documental. En la misma página del cineasta podemos encontrar la siguiente explicación a este formato de documental en vivo:
“Con acceso a cientos de horas de material nunca antes visto y música inédita, el próximo documental Eno de Gary Hustwit utiliza tecnología innovadora para lograr algo que nunca se ha hecho antes: un largometraje que nunca es igual dos veces. Hustwit y el tecnólogo creativo Brendan Dawes han desarrollado un software generativo personalizado diseñado para secuenciar escenas y crear transiciones a partir de las entrevistas originales de Hustwit con Eno, así como del rico archivo de Eno, que incluye cientos de horas de material inédito y música nunca antes escuchada.
Cada proyección de Eno es única, presentando escenas, órdenes y música diferentes, y está concebida para ser experimentada en vivo. La cualidad generativa e infinitamente iterativa de Eno resuena poéticamente con la práctica creativa del propio artista, sus métodos para usar la tecnología en la composición musical y su interminable inmersión en la esencia cambiante y misteriosa de la creatividad”.
En este mismo sentido, cada escena se proyecta tal como en las instalaciones multimedia que Eno ha presentado a lo largo de los años: luces que se difuminan, paisajes urbanos que vibran con una sensibilidad casi orgánica, y cámaras que capturan lo efímero de forma exquisita. No es un simple deleite para los sentidos, sino una meditación sobre la forma en que percibimos el tiempo y el espacio.
Quizás uno de los momentos más conmovedores es cuando Eno reflexiona sobre la colaboración como acto creativo. Desde sus días con Roxy Music hasta sus incursiones con David Bowie, U2 solo por nombrar a algunos, el documental traza un hilo invisible que conecta a Eno con otros artistas y, a través de ellos, con todos nosotros. La música que emerge de esas interacciones no pertenece a nadie sino que se convierte en una corriente compartida, en algo que transforma tanto al creador como al oyente.
“Eno” no intenta ser definitivo ni explicar lo inexplicable. Más bien es una invitación a sentir, a escuchar con atención, a perderse en los paisajes sonoros que siempre han sido su firma. Al finalizar, uno no solo entiende a Brian Eno como un músico, productor o teórico, sino como un pensador que nos recuerda que el arte que Eno propone es siempre experimental y de conexión con su audiencia. Es un documental que se escucha tanto como se mira y cuya resonancia perdura en el espectador.