La noche del lunes un grupo de canadienses se elevaron sobre el escenario del Movistar Arena para dejar sobre el piso a todos los asistentes. El ring estaba armado sobre la escena y el uniforme sumiso entre sus hombros. Así, los integrantes pusieron los instrumentos en sus manos para dar con un puñetazo a la realidad.
Arcade Fire pisó tierras nacionales con su álbum más divisorio a la fecha siguiéndolo: “Everything Now”. Dado entre influencias pop ochenteras y un tono alejado del barroco melancólico de sus primeros trabajos. De todas formas, los músicos despertaron todo el vigor de los presentes. Aún cuando su publicación más reciente sea de difícil digestión para varios fanáticos, a la hora de poner la música sobre las cuerdas nada es puesto en duda. Hasta las canciones menos atrapantes de su discografía logran agudizar tus sentidos cuando Win Buttler se pone a tararear ritmos de piano y punteos de guitarra.
Cada una de las piezas que conforman a Arcade Fire parecen estar pasando el momento de su vida. Todo es magia sobre el escenario. Aún cuando el artefacto que esté sobre las manos del músico sea solo un pandero, irradiará el ímpetu acuciante.
El lista de canciones versó entre todos los trabajos con un trato equitativo para cada producción. Los clásicos “Rebellion (Lies)”, “No Cars Go” y “The Suburbs” se coordinaron de forma magna con piezas más recientes, tanto del último larga duración, como de su predecesor “Reflektor”. El público respondió ante todo llamado del vocalista a bailar a cantar. A cada instante Butler tuvo bajo sus hilos a los espectadores. Moviéndose entre un genial desplante escénico y un fantástico calibre musical.
La arena se vio iluminada por la pasión de la agrupación. Entre tonos rojos, azules y blancos los músicos se descargaron sobre sus instrumentos perdiéndose entre el ruido y los vitoréos. La sobre-instrumentalización que caracteriza a la banda marca una necesidad al momento de desarrollarse en vivo. Aún cuando no todos los arreglos se hagan notar, es en la nube de ruido donde hayan su ápice.
El afable balance entre cortes, no dio pizcas de debilitamiento. En las poco más de dos horas que duró el espectáculo, este no se encontratron agotado por ningún motivo. A cada instante el entusiasmo crecía, y el vigor se mantenía. La coordinación entre los variados segmentos de la banda no estaba dispuesta a rendirse. Al acabar una canción abría la necesidad de empezar otra inmediatamente.
Los mensajes sociales y críticos se manifestaban entre luces y tonos azules. El líder no escatimaba al momento de desgarrar su voz expresando líricas protestantes. A su lado Regine Chassagne bailaba hipnótica, cantando cálida y psicodélicamente. El dúo principal mantenía la columna vertebral del espectáculo repartiéndose el trabajo de liderar la orquesta que es Arcade Fire.
Al instante de cerrar el grupo dio los últimos atisbos de su más reciente producción, para luego dar como terminada la noche con “Wake Up”. Mientras el público coreaba con las últimas gotas de sudor cayendo de sus frentes, la banda dejaba su alma y vida sobre la escena. Al finalizar no pudieron evitar seguir coreando el estribillo del tema mientras los instrumentos desaparecían y la banda se desvanecía.
Si hay algo que diferencia la presencia del grupo en estos días a lo que fue su presentación en Lollapalooza el 2014, es la intimidad del espectáculo. En lugar de apuntar a un público masivo y medianamente desinteresado, el show se tornó verdaderamente personal. Arcade Fire sigue siendo un referente al momento de montar un espectáculo en vivo, y aún cuando se vean criticados por la calidad de su material más reciente, han demostrado que lo único que se requiere es dejar el alma sobre el escenario, ahora y para siempre.