Hablar de artwork cuando hablamos de música es en su mayoría un tema olvidado cuando de calidad y propuesta son también los temas, pero es en esencia una arista pregnante e intrínseca para la experiencia artística final. Cuando hablamos de música siempre existe una imagen asociada a aquella pieza, sea single, EP, LP, mixtape o lanzamiento informal, la imagen siempre está navegando entre lo musical. Pero, ¿por qué es que esta parte visual una esencial para la experiencia sonora?
Sin discriminación de medio, materiales o formatos, las imágenes son una representación visual que se insertan en las Artes Plásticas, con aquello podemos estar hablando de fotografías, pintura, collage y todas aquellas formas intermedias de experimentación resultantes en una imagen. Cuando hablamos de música y su relación con la imagen -no exclusivamente con las Artes Plásticas- nos encontramos con que cada material sonoro está relacionado directamente con una representación visual que lo acompaña. Ésta puede tener o no relación con la propuesta artística que denota lo musical, pero es justamente el vínculo entre ambas disciplinas en el cual ahondaremos hoy.
Quizás el error más frecuente cuando nos enfrentamos a la música, tanto en su formato digital como físico, es pensar que la imagen es tan solo el acompañamiento, cuando en realidad es otra arista de la propuesta: son un conjunto que idealmente converge como un todo, una propuesta artística redonda. Es que la primera información visual que tenemos al contacto con la música, y quizás anterior a la misma, es la portada (album cover, single cover, etc) la cual en sí mismo es un manifiesto, el primero que llega al receptor. No estamos hablando necesariamente de juzgar directamente la música por su portada, más bien esa imagen es una decisión artística que pesa al momento de convertirse en nuestra experiencia.
Lo interesante de las portadas de álbumes es que aquellas nos pueden entregar pistas visuales de lo sonoro, como también pueden ser un enigma, o en el peor caso, ser tan solo un retrato vacío de los artistas, aunque aquello también puede ser una jugada artística poderosa. «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» de The Beatles es un claro ejemplo de esto; aunque bien trabajaron con el artista Peter Blake, aquella portada es un manifiesto visual que intenta representar el funeral de la banda y una seguidilla de celebridades en collage que figuran como los espectadores. Esta imagen y la situación que denota no es aleatoria, marca el renacer sonoro y estético del cuarteto, y genera en el espectador una saturación de información con pistas visuales respecto a comentarios culturales que los mismos Beatles hacían -como una referencia los Rolling Stones, por nombrar alguna.
«Icónico» quizás es una palabra que enmarca este tipo de portadas, pero su valor no recae solamente en el artista utilizado, más bien es una yuxtaposición de elementos y propuestas que se manifiestan tanto de manera visual como sonora. Tenemos como más recientes ejemplos a Weyes Blood con «Titanic Rising» y a Sharon Van Etten con «Remind Me Tomorrow».
Natalie Mering con su reciente «Titanic Rising» nos hace navegar por referencias barrocas que denotan una producción claramente ligada a la obsesión acuática de la artista, destellando elementos sonoros líquidos así como líricas que manifiestan detalles acuosos. Todo aquello no es literal, son sutiles referencias que la artista va soltando levemente a medida que te sumerges en su álbum, a medida que ves sus vídeos y nos detenemos en sus letras. Brett Stanley fue su fotógrafo digital en esta ocasión, capturando una escena completamente sumergida de una habitación y Natalie mirando a través de una ventada igualmente ahogada. La escena aquí no es para nada aleatoria cuando ponemos en línea aquellos detalles de la propuesta, ligado también al mismo nombre del álbum, algo así como «Titanic en acenso». No es la capacidad fotográfica de su artista visual, ni necesariamente de los colores allí expuestos, si no es el impacto de esta imagen cuando es ligada a la música que encapsula.
Nuestro segundo ejemplo es Sharon Van Etten con su más reciente larga duración. En este acontecimiento Sharon despliega una fotografía que utilizó de inspiración en el proceso de escritura y grabación del álbum: «Antes de decidir poner esta foto en la portada, la utilicé como inspiración en el estudio (Fotografía de su amiga Katherine Dieckmann). La broma era ‘una madre apocalíptica’ (…) He tenido una foto de mí en casi cada álbum, o una representación de mi en todos estos años. A pesar de que, sí, es una buena estrategia de marketing, no se trata de eso. Finalmente, para mí, aquella foto resumió el álbum más que cualquier cosa que hubiera forjado».
Con ejemplos como estos podemos ver que la utilización de las imágenes es una decisión artística que involucra el arte en todas sus dimensiones, y aquella no en una perspectiva menor. Hay que tener en cuenta el poder que tiene una imagen, la permanencia que tienen en nuestra memoria y el impacto que tienen en nuestro día a día. Las imágenes no son un elemento liviano y tener la posibilidad de hacer el link entre música y visualidad es clave para llegar a una propuesta artística que exprima todo su potencial. Y aquí no solo hablamos de portadas, si no del artwork que rodea a dicho álbum, cada detalle hasta en una copia física de un vinilo son de extrema importancia. Y no es ocupar imágenes por el solo hecho de ocupar imágenes, sino ocupar ese poder para potenciar lo musical y vice versa.
Hoy nos vemos rodeados de imágenes en la música que no tienen más sentido que promocionar un producto, y aunque a veces es lo útil, hay que tener en cuenta el poder que se está utilizando. Podemos ver vinilos y su artwork desinteresado, ver portadas que no son más que la dirección comercial de ciertos sellos, o la simple fotografía de una banda «estéticamente placentera». Pero una portada como la de «Aladdin Sane» de David Bowie o su «The Man Who Sold The World» o hasta su más simple trabajo con «Blackstar» tenían una densa propuesta por detrás. Una enigmática imagen de un personaje desconocido, romper las barreras de lo binario o simplemente un mensaje desde lo no-terrenal, son mensajes que Bowie supo utilizar porque logró jugar con aquel poder del que hemos estado hablando.
La relación de lo visual y lo musical es una muy interesante y que propone jugadas excepcionales si sabes aprovechar los medios que posees al máximo. No hay que ser ingenuo cuando nos enfrentamos a lo visual ni tampoco a lo musical, sino ser críticos respecto a lo que vemos es esencial. Este vínculo no tiene que ser uno que trascienda el espacio y el tiempo, pero ser conscientes respecto a aquellas decisiones es clave y ocupar todos los medios, sea vídeo, fotografía, música u otro que va interconectado, como una fuente de recursos artísticos.
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