David Byrne hace un tiempo decidió buscar el lado bondadoso del mundo y encontrar lo bueno donde parece no haberlo. Aunó a un grupo de personas con las mismas intenciones y fundó el proyecto editorial sin fines de lucro “Reasons to be Cheerfull”, donde comparten historias que dan razones, ciertamente, para estar alegres.
Buscar lo positivo en tiempos de pandemia puede verse como un esfuerzo inocente, pero el ex-lider de Talking Heads y dueño de una reputación intachable como artista, no dudó en realizar este ejercicio de optimismo puro y escribió un ensayo donde plantea que la crisis global generada por el COVID-19 puede servir como una oportunidad para diagnosticar qué tan unidos estamos y cuestionarse si seremos los mismos la próxima vez que salgamos de nuestras casas. Reproducimos acá dicho texto:
“Hoy di un largo paseo en bicicleta. Necesitaba salir y despejar mi cabeza. El sol brillaba, narcisos emergían junto a la ciclovía junto al río, cornejos florecían y en algún punto pensé: ‘Sí, la vida sigue’.
Bastante cursi, y tal vez incluso un poco egoísta, considerando lo que muchísima gente está viviendo en este instante. Pero mantener los ritmos de vida básicos que continúan a la mano le dan a uno un sentido de resiliencia.
Me pregunto ¿Hay algo que podamos aprender de esto? ¿Algo que nos preparará para enfrentar mejor la siguiente crisis? ¿Una forma de ser distintos y que nos haga más fuertes? ¿Es esta una oportunidad para cambiar nuestro pensamiento, nuestro comportamiento? ¿Cómo es que podemos incluso llegar a eso? ¿Somos capaces?
Es irónico que, tal como la pandemia nos obliga a irnos a nuestras propios rincones, también nos está mostrando cuán intrincado todos estamos. Nos revela las muchas formas que nuestras vidas se intersectan, casi, sin que nos demos cuenta. Y nos está mostrando justamente cuán tenue nuestra existencia se vuelve cuando intentamos abandonar esas conexiones y distanciarnos uno del otro. El sistema de salud, la vivienda, la raza, la desigualdad, el clima, estamos todos en el mismo bote agujereado.
Los virus no respetan fronteras. Se cuelan incluso con controles adicionales y restricciones de vuelo. Tal vez menos, pero algo se mete. Y hasta que haya una vacuna, nadie es inmune. Lo que eso significa es que tenemos que poner a un lado algo de nuestras sospechas y animosidades hacia el resto y ver cuánto podemos limitar o incluso detener el daño.
Uno espera que análisis inteligentes nos van a ayudar a descubrir cómo hacerlo. A nosotros en Reasons to Be Cheerful nos gusta investigar y ver quién ya ha encontrado éxito en solucionar un problema. Algunos lugares, como Corea del Sur, Taiwan y Singapur han hecho un buen trabajo conteniendo esta cosa – los niños estan en la escuela, la gente está yendo a trabajar, los cafés y restoranes están llenos. En mucho países europeos, los gobiernos se aseguran de que la gente siga teniendo ingresos. Cautelosamente, el mundo y la economía de esta gente están volviendo a la normalidad, a una especie de nueva normalidad.
¿Qué podemos aprender de su éxito? Muchos de estos países no dudan cuando toman decisiones. Empezaron testeando la mayor cantidad de gente posible en la medida que el virus aparecía. Muchos de ellos testearon incluso a quienes no mostraban los síntomas. Si alguien daba positivo, entraban en cuarentena, usando GPS y datos de su móvil pudieron contactar a la gente con quienes había tenido contacto y también los aislaron. Mientras tanto, otros sujetos vivián su vida teniéndo que someterse a controles cómo chequeo de temperatura obligatorio antes de entrar en lugares públicos.
En estos lugares algunas veces se llevaron a cabo bloqueos y cuarentenas del ancho de ciudades, pero no por mucho. Vò, la ciudad italiana que tuvo el primer muerto por coronavirus, hizo algo destacable. Según The Guardian, absolutamente todos en la ciudad fueron testeados, 89 de esos resultaron positivos. Luego, después de un periodo de nueve días de completo aislamiento a nivel local, otra serie de tests fueron aplicados. Seis personas arrojaron positivo, y esas personas continuaron con su aislamiento, mientras el resto regresó a su vida. Los lugares de trabajo reabrieron, los niños volvieron a sus escuelas. La vida regresó. Las personas pueden pagar sus cuentas.
La intervención de Vò funcionó, pero hubo un precio. Las libertades se restringieron, como han sido, el cierta medida, en virtualmente cada lugar en el cual el virus ha llegado. Las autoridades han usado cámaras de vigilancia y equipos de seguimiento para localizar a los recientes contactos de los infectados. En lugares como Taiwan, Corea del Sur, Singapur y Vò, las personas han mostrado la voluntad de compartir información con el gobierno, hacer sacrificios personales y lo que sea necesario para el bien mayor.
Algunos pueden encontrar que las medidas para evitar la progagación del virus son intrusivas. Pero el resultado al que llevan: es libertad. Ser capaz de volver a la vida de uno, con trabajo, saludable y seguro: es seguridad nacional. Si esos lugares pueden hacerlo ¿por qué no el resto de nosotros? ¿Y qué cambio en nuestra mentalidad sería necesario para hacerlo?
Ya nada es normal
Hay distintos tipos de libertades. Cuando estás atrapado en tu casa, como yo lo estoy, no eres libre, eso es seguro. Si has sido despedido no eres exactamente libre, tampoco. ¿Cuántos derechos y libertades cedemos como individuos para poder tener una mejor salud, seguridad, seguridad económica y el bienestar de todos, incluyéndonos a nostros mismos? ¿Somo un balde de cangrejos o una comunidad?
Hemos sido capaces de cambiar nuestro comportamiento anteriormente. Se burlaron de Ignaz Semmelweis cuando, a mitades del siglo 19, dijo que se podían salvar vidas si los doctores se lavaban las manos antes de trabajar con pacientes. Después de su muerte, otros teorizadores como Louis Pasteur y Joseph Lister mostraron que estaba en lo correcto, y el procedimiento se adoptó. Doctores, y todos nosotros, hicimos este cambio de buena gana, sin coerción. Se volvió una norma social.
Lo que está ocurriendo ahora es una oportunidad para aprender cómo cambiar nuestro comportamiento. Para muchos de nosotros, nuestra creencia en el valor del bien común se ha erosionado en las décadas recientes. Pero en una emergencia eso puede cambiar rápidamente. Durante la Gran Depresión, se introdujeron nuevas políticas para proteger al público. Se aceptó que estas fueron necesarias para estabilizar a la sociedad y poner a la vida de vuelta en sus rieles.
En emergencias, los ciudadanos pueden cooperar y colaborar repentinamente. El cambio puede ocurrir. Vamos a necesitar trabajar juntos al tiempo que los efectos del cambio climático se incrementan. Para que el capitalismo pueda sobrevivir de alguna manera, vamos a tener que ser un poquito más socialistas. Acá hay una oportunidad para que podamos ver las cosas de forma diferente – ver que en realidad estamos todos conectados – y ajustar nuestro comportamiento acorde a eso.
¿Estamos dispuesto a hacerlo? ¿Es este momento una oportunidad para ver lo verdaderamente interdependientes que somos? ¿Vivir en un mundo que es diferente y mejor que en el que vivimos ahora? ¿Vivir en un mundo que es diferente y mejor que en el que vivimos ahora? Puede ser que estemos en un camino muy avanzado para testear a cada persona asintomática, pero un cambio en nuestras mentalidades, en cómo vemos a nuestros vecinos, puede sentar las bases para la acción colectiva que necesitamos para lidiar con otras futuras crisis globales. El momento para ver cuán conectados estamos es ahora”.