Es complejo pensar en la mejor experiencia en vivo, el llamado concierto de la vida pareciera un mito escondido en el lenguaje. Aún así, todos tenemos una respuesta, controversial o no, siempre existe alguna. Cuando pienso en la mía, existen varias instancias dignas de la ocasión, pero ninguna que haya llegado a una inmortal y detallada experiencia sensorial como lo destella Nick Cave.
Como la segunda visita, luego de una innombrable siendo teloneros de Cypress Hill en el ’96, Nick Cave llegaba triunfante como el mesías que regresa a las tierras prometidas. Con una conferencia de prensa en el Hyatt, Cave se presenta ante nosotros como un sensible músico, padre y amigo, rompiendo todas las barreras asimétricas que esperamos de tan aclamado villano de la música grotesca. Todo parte en aquel hotel, un sinfín de preguntas para conocer a la persona tras el traje negro y las camisas semi abiertas; un vampiro desmitificado.
Con asientos en la cancha -cortesía de la productora- aquel primer encuentro con Nick Cave rondaba en mi cabeza como una afortunada instancia irrepetible. Robándonos los asientos de la primera fila y con peleas entre guardias y asistentes, entran los Bad Seeds al Caupolicán como entidades desaforadas y empáticas. Los asientos sirvieron para pararse en ellos, ya que apenas apagan las luces, el público se concentra en la reja empoderada. Las sillas sólo fueron una metáfora esa noche.
Más de dos horas de una cátedra celestial comprenden aquel brutal día de Octubre. Nick Cave abrazó a quién se le cruzó en su camino, subió al escenario a mi y a tantos más enriqueciendo una experiencia ya inmortal. Así, borrando las líneas entre el músico y el espectador, Cave y los Bad Seeds forjan los cimientos de una experiencia de sueños despiertos.
Su sensibilidad musical ya es conocida por sus baladas, pero jamás podría pensar que aquella cita en el Caupolicán podría proponer a cualquier concierto en vivo como insuficiente. Nick Cave es un artista que no le tiene miedo a la performance, es un músico performático, un narrador con cualidad de profeta que te tiende la mano como igual, jamás como superior.
NC tiene la habilidad que en su momento él le envidió a Nina Simone, esa cualidad de hacer sentir a cada uno de los asistentes como si estuvieran en primera fila. Y ya que muchos tuvimos la inmortal vivencia de bailar “Stagger Lee” entre Warren Ellis, Barry Adamson, Martyn P. Casey, Jim Sclavunos y George Vjestica, la perspectiva fue sin igual y potentemente adrenalínica.
Mientras Cave sostiene el ramos de flores que le compramos, aquel rosado destella con una luz aún perpetua en mis ojos nublados de éxtasis. ¿Un momento inolvidable que Nick Cave tome tu mano y te mire a los ojos mientras recita baladas? El lenguaje es trivial para tales acontecimientos que poca lógica contienen en mis recuerdos. Un sueño perdido pero tan real como aquella noche, cuando Chile y los Bad Seeds nos hacen pensar en nada más que la permanencia de su experiencia sensorial.
Recuerdo tal 5 de Octubre como una pesadilla de la cual jamás podría salir, el extenso repertorio de una mente con recuerdos ávidos. El cliché: aquella noche cambió mi vida. Entre abrazos, manos, honestidad, empatía, y siempre, afecto, Nick Cave y las 5 malas semillas apuestan porque esa sea la única y más real experiencia en vivo que cualquiera de los 4.500 asistentes podríamos vivir jamás. Nick Cave es la experiencia en vivo en sí misma, inmortal como ningún otro.