Pedro Almodóvar vive en su propio altar como uno de los creativos más fascinantes realizando filmes en habla hispana. Una inmaculada carrera que recorre clásicos modernos tales como “Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios” (1989), “Todo Sobre Mi Madre” (1999) y “Hable con Ella” (2003). Siendo estas dos últimas responsables de llevar el premio de la Academia a manos del español, una como Mejor Película de Habla No Inglesa (rebautizada este año como Mejor Película Internacional), y otra como Mejor Guión Original.
El hombre vive un estado de creación constante. La última década ha sido benevolente con su ejecución en excéntricos y magníficos trabajos como “La Piel Que Habito” (2011) y “Julieta” (2016). Mas su nombre volverá a brillar en los titulares del mundo dado que recientemente fue elegido como la elección oficial de España para ser nominado a Mejor Película Internacional de la mando de su última película: “Dolor y Gloria”. Una ficción autobiográfica que deja ver entre los lentes de las cámaras más del alma del autor de lo en otras manos podrían liberar.
Antonio Banderas encarna a un director quebrado ante enfermedades. Hace años que no crea arte, no obstante, se enfrenta a la oportunidad de presentar una de sus obras clásicas “Sabor”, con la que obtuvo un menos que fortuito desenlace. Este reencuentro lo llevará a vincularse con segmentos de su pasado y personalidad, y explorar la vida del creador que no crea, del amante que no ama, y del escritor que sufre.
El protagonista vive cada instante de sufrimiento de su análogo en papel. Banderas viste la piel del autor con divina gracia, una de sus mejores interpretaciones en su extensa carrera, digna de ser mencionada en una carrera de premios, a veces injusta con las actuaciones en español. Junto a él, mas no a su par, una colaboradora conocida del director: Penélope Cruz, se adentra en los zapatos de la madre del protagonista en su juventud. Este intercambio de épocas ilustra las instancias más emocionales del filme, sumergiendo el cerebro del protagonista en aquellas piezas del puzzle que sellaron su versión actual.
El delicioso elenco de personajes empujan la historia del protagonista por una argumento sin un conflicto principal más que el viaje cerebral del director. “Dolor y Gloria” es un estudio sobre la pasión por crear. El protagonista vive su dolor de tanto física como mentalmente. Es un sujeto desdichado que se entrega a las adicciones y quiere dejar su pasado ir, pero solo puede hacer las paces con la historia una vez la escribe en papel.
Cada segmento de fotografía y producción parece inmaculadamente puesto en escena. Nada es dejado por accidente con un autor que sabe todos los cómos de sus preguntas. El suave montaje mueve la historia con ritmo. Nunca te pierdes en sus casi dos horas de trayectoria. A pesar de carecer de conflictos principales, nos sumergimos ante una infinidad de problemáticas, cada una igual de fascinantes. El guión profundiza en carismáticos personajes que solo queremos ver sobre-llevar sus vidas. No es una historia sobre sucesos, sino que personas.
Almodóvar de repente se deja llevar por sus propios estereotipos. Nada en este filme escapa de sus moldes auto-impuestos, pero es la perfecta versión de un bosquejo creado hace años. Si no está roto, no hay necesidad de arreglarlo. Ningún escritor es quien para acentuar cuando una historia es menos o más personal, pero el director español evidencia mucho de sí mismo en este argumento. Es tan explícito que cuesta pensar que no lo haya dejado allí para que el público lo ate.
“Dolor y Gloria” vuelve a poner la luces sobre el corazón del director. Un autor con una visión tan vívida como un mensaje meta-artístico. Crear es un ciclo infinito de pasión y sufrimiento, pero es en esa combinación donde está la belleza del existir. Ninguno de estos personajes puede existir si no está en movimiento. Sea cual sea la medicina, al final la receta es la misma, el arte es la comida del alma. Aquella que alimenta la imagen y la profundiza más allá de las palabras. Almodóvar no reinventa sus propios conceptos, pero sí utiliza sus herramientas como un arquitecto ya amaestrado en su especialidad. Crear es sufrir, y amar es componer.
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