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Reseñas

El manifiesto del concepto ‘Brígida Orquesta’

Ver en vivo a La Brígida Orquesta es una experiencia que muy pocas bandas a nivel nacional pueden ofrecer. Es un viaje: cada instrumento acaricia nuestra mente, y la sube a lo más alto sin necesidad de estupefaciente alguno, sincronía perfecta, sonido limpio y elegante; es un concepto: que se ciñe a un guión, a un atraco, que a pesar de dar respiros, termina asesinándonos

Foto: Ignacio Galvez

La oscuridad impera, el Teatro está silencio. Corriendo, algunos integrantes de la Brígida Orquesta logran atrapar a un intruso: tiene la cabeza tapada, un traje negro y una banda tricolor -presidencial- que recorre su pecho. No tiene escapatoria. Se arrodilla, le apuntan con sus instrumentos de viento, y cae muerto. Desde los sectores más altos de la platea se escucha “¡muerte a Piñera”, aplauso cerrado. El mensaje está claro: un colectivo que quiere una revuelta métale madera, percusiones, cuerda, letra.

Apresurados, algunos prenden el último cigarro antes de entrar al recinto ubicado en calle Pedro de Valdivia. Un examen visual simple nos delata que no es una noche cualquiera. A muchos se les escapa la “ce hache”, pero con un corte elegante. Urbano, pero seleccionado. Único, pero no exclusivo. Hay expectación, y no es para menos: cortesía de su álbum debut (editado este año), La Brígida Orquesta cosechó un sonido altamente prolijo, una fusión de estilos de cada uno de sus músicos -que militan en múltiples proyectos aledaños-, pero que logran dialogar en perfección en su propio lenguaje, coexistir en su propio Estado. Un todo coherente que no se puede fragmentar. Reglas ya hay muchas y no quieren más.

El primer golpe es certero. La banda, luego de su “asesinato” se para con firmeza en el escenario. Da la sensación que estamos ante un concierto de tinte clásico, casi transportado de la década de los 50’s, en un Chile aún colonial. Matiah Chinasky se posiciona en una esfera al medio del escenario, Felipe Salas realiza lo mismo a un costado derecho -en relación a la vista del público-, los vientos van a la izquierda en dos niveles, y el hipnótico teclado de Gabo Paillao unos pasos más adelante que Salas. Es una puesta en escena intimidante, poderosa, minimalista, ideada para que en cualquier segundo apunten y disparen.

Empieza a sonar ‘intro’ de ‘Corte Elegante‘, una suerte de manifiesto de la propia banda. “Somos la patrulla antielitista de la música. No nos cae bien la policía musical, reglas ya hay muchas y no queremos más”, advierte Chinasky. El público dialoga con ellos y viceversa, estamos ante una velada que desde su apertura nos dice que será improvisada, entre amigos, pero bajo el guión de un libreto.

‘Balada Para un Caminante’ sigue en el set. En un abrir y cerrar de ojos, sus integrantes cambiaron de piel, asumiendo sus vestimentas habituales. Una de las pocas cosas por criticar: la poca continuidad en su propio repertorio; si bien suele darse en otras de sus presentaciones, en el Teatro Oriente fue distinto, de mayor manera, que no pasó desapercibido. Paillao constantemente tomó voz en el intertanto de canciones, quebrando el viaje que la interacción de instrumentos de la Brígida propone. Incluso, en algún momento, el tecladista luego de un largo discurso, dio paso a uno de los integrantes para que pronunciara sus propias palabras, pero éste simplemente se remitió a decir “toquemos”.

No es para pasar por alto por lo demás: la sinergia entre los componentes de los autores de ‘Inconsecuencia’, es de una riqueza única en su clase. Pocas veces se ve que en un conjunto tan numeroso, se logre un sonido limpio, carente de entropía, de colapso de oído. Menos de una canción toma darse cuenta que son unos artistas excepcionales. La mecánica debería apostar a sumergirnos-en todo momento- en su propio mundo, ahogarnos con elegancia, para finalmente matarnos de un sutil disparo. Abrazar su mensaje de inicio a final. Tal cual podemos escuchar a lo largo de su LP debut.

Continúa el repaso a ‘Corte Elegante‘. Súbitamente, aparece un payaso, el mismo que podemos ver en la portada del sencillo ‘Balada Para un Caminante’; camina confundido, golpeado, con las inclemencias de una sociedad toda en sus hombros. En este punto podemos comprender que lo de ‘La Brígida’ va también por lo teatral, el interpretar sus propias composiciones, dar vida a las melodías: increíble. El personaje toma el rol de director orquestal, sumándose a la catarsis que se vive en el escenario.

Pero no sería el único momento de ‘tablón’ que se viviría. Más adelante, el mago Emilh junto a su mayordomo, realizarían múltiples trucos simples pero efectivos, terminando con éste último en llamas, siendo escoltado por los miembros de la banda caracterizados de disimiles personajes sacados de bizarras historias. Estuvimos atrapados en un espectáculo circense de los años 50. La música sonaba, la hipnosis comenzaba. Golpe, respiro y golpe.

Hablar de la canción a canción resultaría agobiante, más aún cuando lo que se vivió en el recinto de la comuna de Providencia fue algo que precisamente no se puede analizar de dicha forma. Hay una propuesta unitaria toda, una obra completa, amparada por su complejidad sonora, pero de universalidad de rimas. Una declaración de intenciones de 11 voces que ocuparon las armas que tenían más cerca: cuerdas, baterías, vientos y rimas. 

Ver en vivo a La Brígida Orquesta es una experiencia que muy pocas bandas a nivel nacional pueden ofrecer. Es un viaje: cada instrumento acaricia nuestra mente, y la sube a lo más alto sin necesidad de estupefaciente alguno, sincronía perfecta, sonido limpio y elegante; es un concepto: que se ciñe a un guión, a un atraco, que a pesar de dar respiros, termina asesinándonos; es chorizo: ganas en el pecho y marihuana en la chaqueta.

La música pasa y pasa. Se siente como aquél calificativo que tantos periodistas de espectáculos veneran en sus análisis-llenos de lugares comunes-: montaña rusa. Los vientos se cruzan con el bajo, la batería sigue atenta las rimas de Chinaski, y el teclado dirige orquestalmente a todos los anteriores. Estamos en lo más alto, cuando hay tiempo para respirar, palabras de Paillao, agradecimientos a los que ayudaron a que todo esto fuera posible, enmienda a una broma sobre el elevado precio de las entradas. La música sigue. Una verdadera pelea de boxeo.

Ya llegando al final de su set -alertados todos previamente-, se ponen la piel de unos fantasmas ‘chorizos’. Sonidos espectrales, e interacción con el rostro del arte de ‘Corte Elegante’: una bailarina con toques de locura, y claro, una vestimenta fantasmal. Nueva coreografía ejecutada de forma brillante. Despejan el escenario lentamente, hasta dejar a Paillao solo en las teclas. El reloj indica que queda poco para la medianoche.

Elba Surita’ despide la jornada; la gente grita, baila, aplaude, extiende sus brazos al ritmo de los versos de Chinaski. Las puertas se abren en extenso, y los primeros comentarios van y vienen. Muchos coinciden en que faltó una continuidad, pero que estamos ante uno de los proyectos de mayor calidad de la escena chilena. Una expresión de jazz, rap, a ratos fusión, y sentimiento popular; de disconformidad en los pasajes del barrio, de alegría y ganas de celebrar, de pena, angustia, desesperanza. ‘Se pasa por la raja los modales y la moral’, retumba aún. 

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Abogado en el título y periodista en el oficio. Haciendo la pega estilo Keith Richards en Cancha General. #Temucano

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