Ema. Fuego. Violencia. Baile. Fuerza. La premisa no es suficiente para tal destello de intensos colores que envuelven Ema, un acontecimiento contemporáneo que evoca la búsqueda de una narrativa personal. Pues de eso se trata esta paleta de colores que titula curiosamente Pablo Larraín, como si fuera un vuelco de la Emma de Jane Austen; esta experiencia cinematográfica es un encuentro con los deseos e incertidumbres que encierran y al mismo tiempo liberan a nuestra heroína: Ema.
Recién lanzada el 2019 en el Festival de Venecia, Pablo Larraín se sumerge en su última apuesta cinematográfica a la fecha para apuntar a quizás su personaje femenino más enigmático y joven que haya mostrado en la pantalla grande. De esta experiencia se apodera Mariana Di Girolamo, en el rol estelar que la propone como una de las actrices más intrépidas y versátiles que hemos visto en la última década.
Ema, fugaz y poderosa, encarna una línea argumental compleja pero no por aquello menos interesante visual y narrativamente. Pareja de su contraparte masculino Gastón, interpretado por el gran Gael García Bernal, ambos personajes han adoptado y devuelto al Sename a su hijo Polo luego de una seguidilla de arrebatados encuentros familiares: muertes de animales y violencia pirotécnica. Nosotr@s como espectadores seguimos a Ema, mientras su contexto recrimina sus decisiones respecto de Polo y se encuentra en una difícil relación con Gastón, quien además en el director de la compañía de danza en la que Ema es la bailarina principal.
Mientras el Valparaíso actual es nuestro contexto visual, recorremos la vida desenfrenada y direccionada de Ema, quien arma un plan para devolver a su familia la “normalidad” que ella tiene como objetivo principal. No sólo indagamos en el complejo estudio de personaje que es Ema, sino que también Larraín está poniendo al centro de esta narrativa el Sename como ente ineficiente y violento. Polo en este sentido es sólo un objeto digno de desecharse por quien quiera; Ema, Gastón y los nuevos padres adoptivos de Polo son agentes que operan como tangentes en el Sename, parchando las decisiones de los adultos que rodean al infante.
Esta situación artística y familiar en el argumento, se ve enfrentada a una red de deseo y planificación: todos los personajes se ven al servicio de Ema en medida en que ella es la encarnación del deseo de todos ell@s. Celos, sexo, mentiras, decepciones y ambición se entremezclan para narrar en los neones más vibrantes las osadas jugadas femeninas. Hay que ser enfático en las decisiones argumentales que presenta Pablo Larraín, ya que ninguna de ellas es azarosa, son una red de contenido que posiciona al personaje de Di Girolamo como la maestra de un sueño hecho pesadilla.
Ema. Ema. Ema Ema. Ema. Ema. Ema Ema. Ema. Ema. Ema Ema. Ema. Ema. Es en todo lo que podeos pensar cuando vemos este film, todo se dirige a su estrategia pirómana y lujuriosa. El fuego en este sentido es el medio por el cual se encarnan sus más entenebrecidas ambiciones y objetivos; el fuego une la lasciva narrativa con una potente imagen de por medio. La fotografía juega un papel, tal como en el Gran Hotel Budapest de Wes Anderson, de factor narrativo. Sergio Armstrong destella esta intrépida perspectiva cromática con el relato de Larraín para así urdir una voraz visión del cine contemporáneo.
Ema puede parecer en primera impresión una insípida jugada, pero es en los detalles de construcción de personajes en que esta historia resplandece. La complejidad de su problemática familiar se teje con los anhelos turbios de Ema. Es ella el centro, tal como Laura Palmer lo fue en Twin Peaks, la Ema de Larraín es el baile que encarna la luz, la oscuridad que se emite de las pretensiones humanas. Ema encarna aquello que la juventud no debe, la muestra subversiva de la maternidad sumada a la liberación del deseo femenino. ¿Son sus actuares un mero egoísmo la búsqueda de la felicidad de nuestro personaje?
Integrando de manera celestial las composiciones de Nicolas Jarr como parte del score, Ema es un manifiesto contemporáneo del estado del cine de Larraín, uno que cada vez encarna nuevos desafíos visuales y de relato, también en la forma en que el color nos ayuda a navegar las difíciles aguas de la historia. Aquí color y argumento van unidos por la vibración de la vestimenta y el fuego que quema nuestras sensibilidades, como lo hizo Una Mujer Fantástica de Lelio también.
Ema. Ema. Ema Ema. Ema. Ema. Ema Ema. Ema. Ema. Ema Ema. Ema. Ema. Ema de plateadas ambiciones y vibrantes deseos se apodera de la pantalla en 102minutos, en donde Di Girolamo no suelta su mirada de nosotr@s como espectadores hipnotizados por su desplante. Fugaz y atrevida hasta no poder más, Ema quiere contarnos sus anhelos en primera persona, nos invoca como seres voyeristas de su propia narrativa. Es fugaz en su ambición cromática, pero permanente en su efecto. Ema. Fuego. Violencia. Baile. Fuerza. Si la cualidad efímera de Ema como personaje nos desconcierta, la experiencia visual de Ema como film es un deleite que nos sumerge en un Valparaíso mordaz y fracturado, como la temporalidad fracturada en la que se hunde Ema como narrativa.