Su cara era de nervios, angustia. Llegaba con un equipo de músicos vestidos de blanco, en conexión con lo que pretende reflejar sentimentalmente. La flor en su pelo servía como soporte de su figura: peligrosa pero sensible, colorida y a la vez oscura, tenue. Un guardia de seguridad de backstage pregunta “¿quién es ella?”, “Mon Laferte, la de Rojo”, responde un productor. Hombros caídos se abraza con Francisca Valenzuela, imponente y considerando esto un mero trámite. Pero para ella no. Son varios años sin tocar en su país natal, ese que la vio como una potencial figura de la farándula televisiva y que ahora la recibía siendo una de las voces de mayor relevancia en Sudamérica. Su banda recibe la instrucción, abraza a su pareja y pisa el escenario. Sonríe con los ojos cristalizados.
El camino de Monserrat Bustamante merece un punto y aparte. Se hizo conocida en el programa Rojo Fama y Contrafama, que conjugaba la sátira de las cámaras bajo la excusa de buscar talento. Guión de estilo norteamericano que expulsaba a aquellos que no obtenían una considerable popularidad a pesar de sus dotes: las ventas se sobreponían a las intenciones creativas, tal cual ocurre con los grandes sellos. Pero Mon tenía una fibra particular, como si estuviera perdida en un mundo donde sus ‘pares’ sonreían y gesticulaban ante la audiencia para luego adentrarse en el suburbio de su propia vida. “El programa no me enseñó nada de música”, diría alguna vez luego de la decisión que cambiaría su vida. Marchó a México para establecer su carrera, logrando una popularidad impensada. Pero en Chile todo se tejía en el misterio. ¿Sería recordada como aquella tímida figura juvenil del programa? Mon Laferte recién pisaba el Estadio Nacional cuando recibía la mayor ovación de la noche.
“Fue todo tan violento”, gritaba ante los flashes. Tormento abría el camino de su set en constante alimentación con los músicos de apoyo. Prolijidad a simple vista: sutiles toques de jazz, bossa nova e incluso blues desfilaban en sus instrumentos. El rock quedaba reservado para después mientras extendía con facilidad las notas largas bajo un aura celestial y tormentosa. “Muchas gracias” dice para luego introducir Si Tú me Quisieras.
La canción editada en 2015 muestra su lado más alegre, rindiendo culto a la tradición mexicana que tan bien se define en las rancheras. Y es que su alegría se podía observar a destajo. Más tarde en una improvisada conferencia de prensa diría que se sentía como aquél adolescente que se va de casa para luego volver hecho un profesional. “Hoy fue un día de muchas emociones, me siento feliz”, explicaba a los micrófonos. Guitarra en mano seduce, brinca y sobretodo: sonríe.
Amor Completo es cantada a dúo con Francisca Valenzuela, en una química resumida en una gran amistad de ambas. Tiempo para las reflexiones: una crítica constante a la voz de ‘Peces’ es su poca capacidad para emocionar, para representar sus canciones como David Bowie, y lograr transmitir el sentimiento detrás de las mismas. Sí, es cierto, la habilidad en instrumentos de Valenzuela es innegable, pero suscita poca emocionalidad, como si se tratara de una performance insípida. Al otro lado Laferte, sin seguir altos códigos de moda o contar con una maquinaria publicitaria a cuestas, logra en pocos tonos transmitir su ira, odio, amor, erotismo y añoro.
Es turno de Salvador, canción compuesta por Laferte para su sobrino. En la cancha muchos expresan su sorpresa al verla entre silencios. “¡Te lo mereces!”, gritan. Las luces se tornan verdes y ante una elegante introducción de su trompetista, presenta No te Fumes mi Marihuana, canción estrenada el año recién pasado en múltiples festivales de corte jazz. Un tema que incluso sonó en su función en Roxy, el emblemático teatro hollywoodense, que contó con la visita de Omar López Rodríguez. “Haremos algo juntos, pero es sorpresa”, dijo después. “!Cómo te extrañaba Chile por la chucha¡”, exclama a todo pulmón en medio de un incesante diálogo de cuerdas y vientos de su ‘orquesta’.
El escenario ‘Rojo’ es ya su propiedad. Muchos curiosos se acercan a verla mientras anima y corre. Y es que el comentario “es una de la tele” o “fome, puro pop”, paulatinamente desaparecía. Al lado tenían una artista íntegra, que guitarra en mano creaba puentes sonoros entre infinitas tradiciones folclóricas. El amor, era una simple excusa.
La noche acaricia el cielo de Ñuñoa; oscuridad que acentuaba aún más su figura. En bambalinas, un sinnúmero de productores se acercaban sigilosos a observarla. Cada movimiento que concretaba era contestado con un aplauso, y cada mirada era respondida con un beso o grito de euforia. Éxito sólo atribuible a su persona y fórmula maestra para promocionarse a sí misma.
Tu Falta de Querer inicia su despedida. La pieza se sitúa como un canto de desamor ante la ruptura sentimental. Entre sus seguidoras se canta a flor de piel; el fiel reflejo de la historia de sus vidas, de su más profundo sentir. De amar y no ser amada, de ser el vacío de una vida que se perfilaba ‘perfecta’. Rosas se proyectan en la pantalla mientras ella agradece con lágrimas en su garganta. Se marcha y el personal de seguridad ya no se equivoca: “es Mon Laferte”, dicen.