“No me identifico con el rock. […] es un club de hombres”, decía Alex Anwandter en el apogeo de su presentación en la Cumbre del Rock. Explicó que él apelaba al feminismo, orientando su música a la comunidad gay. Acto seguido pregunta ¿qué problema hay con ello? Para luego lanzar a todos aquellos que criticaban la postura: ¿cómo puedes vivir contigo mismo? La música sonó efímeramente ante un fugaz corte. “Eso pasa cuando defiendes a las mujeres”, lanza. Varios minutos antes de lo programado, termina su show arrojando su micrófono, acusando entre bromas una suerte de ‘complot’. Las pifias se escuchan. Una postal que reflejó la relación entre el pop y el rock, que difícilmente convivieron en la primera década del festival.
Pero todo comenzó semanas antes. En una entrevista, Juan Andrés Ossandón, director del evento, defendió la línea del cartel —con una fuerte presencia pop—, afirmando que para él esto iba más en una actitud antes que un determinado género. “En esta parte del mundo tiene más que ver con la actitud y la lógica de la independencia musical, que con la sensación de que si la batería suena más fuerte o la guitarra tiene más distorsión, eso me parece un concepto bastante obsoleto”, expresó.
El reloj marca pasadas las 11 horas, cuando ante un sofocante calor Planeta No se subía a la vitrina. Sostén y flor en la cabeza, Gonzalo García su vocalista, daba la bienvenida a los cerca de mil asistentes. Una selecta gama de sus éxitos sonó en una atmósfera estática, que apuntaba en todo momento a un ritmo poco pulcro de letras diseñadas para adolescentes “Somos artistas nuevos para los medios. Somos los que están trabajando hace tiempo. Con o sin Cumbre del Rock seguirán naciendo grandes artistas nacionales. Veo fuerte presencia de personas sobre 30 o 40 años, fuerte presencia de hombres. Es una muestra de la sociedad e institucionalidad. Mirarse el ombligo”, explica en tono de crítica García luego de bajarse del escenario. “Nos vemos en algún bar o casa”, concluye dejando en claro cuál es su nicho.
La hora avanza y esta llamada ‘nueva ola del pop chileno’ sigue marcando territorio. We Are the Grand sale a escena con un fuerte hype a cuestas, que los ha tenido siendo el acto de apertura de Franz Ferdinand y crédito seguro en festivales de renombre, como Lollapalooza. Lamentablemente los santiaguinos demostraron una vez más que sus ansias de ser ‘una banda internacional’ son mucho más grandes que el hecho de hacer música en sí. Actitud sobreactuada bajo órdenes de cuerdas que poco variaron; la preocupación estaba en las decenas de focos y vistosos atuendos. Punto a favor para la voz de Sebastián Gallardo.
Pedropiedra sigue en el cronograma. Sus 10 minutos de show los repasa con un mix de tintes ochenteros logrando refrescar en base a nuevos arreglos de sus composiciones, tal cual lo realiza Bob Dylan desde décadas remotas. Óptimos minutos con el ex Hermanos Brothers: durante los últimos años sus actos se han concentrado en interpretar las mismas canciones, con idéntica gesticulación e incluso sorpresas. Un guión nada de atractivo para este ‘chileno de exportación’, que logró superar su ‘insípida’ oferta.
Mientras Sinergia incita al baile y salto las reflexiones afloran. En los pasillos del aforo ñuñoino se puede escuchar cierto disgusto ante este ‘toque pop’. “Simplemente es un juego de niños”, comenta a su pareja un asistente mientras llena una botella de agua. La bebe y agrega: “no tiene alma”. Lo cierto es que este puñado de bandas que semana a semana repletan bares capitalinos, tiene una visible carencia de actitud. Las intenciones políticas-sociales se repiten, y las ganas de crear un sonido único desaparecen. Es curioso que uno de sus instrumentos fundamentales sea el sintetizador, otorgándole un universo casi infinito de creación, resbalando con lo estático y poca prolijidad en el mismo.
Nadie aparece jugando con términos informáticos en pantalla como ‘deep web’ o ‘Thor’. Y precisamente así se resumió su presentación: adentrarse en las raíces electrónicas hasta sus más remotos rincones. Una verdadera muestra de genialidad en cuanto a su propuesta musical, que logra transportarnos a los bohemios suburbios de los años 80s. Digna de seguir.
La nota baja una vez más la coloca Javiera y Los Imposibles. Con una introducción que no venía a la ocasión de Jean Philippe Cretton —remarcando innecesariamente a Violeta Parra—la vocalista cae en lugares comunes: sonido monótono, sin espíritu y claro está, carente de toda actitud, esa que en su ascendiente sobraba, y que para muchos le valió ser la primera punk de la historia. Ni si quiera el aporte en cuerdas de Ángel Parra sirvió para desengancharse de un show a la fuerza.
Así las cosas, podemos entender en cierta forma aquel artículo tantas veces replicado por el diario El País de España que hablaba de Chile como el ‘nuevo paraíso pop’. Claro está que este género no exige un mayor esfuerzo mental en sus oyentes: tendencia fácil de digerir y bailar, sin esbozar mayores criticas sociales que la igualdad de género. ¿Resultado? Teatros llenos y lugares de avanzada en carteles de eventos internacionales. Un paraíso para músicos que se concentran más en promocionar sus redes sociales y egocéntrica figura, a la par que posan para revistas de papel cuché o grandes filiales de moda. Hablar de ingresos económicos está de más.
“Un periodista colombiano me decía que Chile es el único país que se mira para dentro. En cuanto a música, claro. El latino es más extrovertido, más rockista o caliente.El chileno es diferente, más melancólico, más tímido. ¿Será eso? No lo sé”, razonaba Javiera Mena ante el éxito del pop. Son las 19:24 cuando mira en sus lentes al Estadio Nacional. Un grupo de bailarinas interpreta sus canciones, mientras ella con un reluciente vestido rojo coordina la atmósfera sonora. Show vibrante.
Aún no se despide de su audiencia cuando los técnicos ya cargan los aparatos. López, proyecto que nace tras la disolución de Los Bunkers, ya está sobre el escenario. Es el fin de las presentaciones pop propiamente tal, dejando un amargo sabor. Los créditos de décadas pasadas demostraron su experiencia, pero el ‘nuevo pop’ queda en deuda. No se aprecia actitud ni hambre por desarrollar un sonido que vaya un paso más allá, que simbolice una generación o sirva de arma para un movimiento social. La excusa es pobre: el amor y baile, amarguras adolescentes. Créditos idóneos para un reducido aforo, pero que en momento alguno se acercaron al ‘rock’, ese que va más allá de lo musical.