Mr. Robot, creada por Sam Esmail y estrenada en el año 2015, es una de las series más relevantes de la década pasada. Los tópicos tratados en ella apuntan directamente a los problemas que conlleva ser un sujeto contemporáneo: poder del ciberespacio, aislamiento, injusticia social, y las patologías psicológicas son pilares del argumento de la serie, los que parecen marcar una negativa tendencia en lo que resume los problemas de nuestra sociedad actual. Aún así, no es específicamente en esos tópicos donde se concentra el siguiente análisis, sino que en los códigos cinematográficos que dan cuenta de ello. Mr. Robot destaca por ser fiel a su identidad visual, adoptando tanto la paranoia de un individuo como la empatía colectiva.
Para entender más de esto, basta una breve descripción de la serie: ésta sigue la historia de Elliot Alderson (interpretado por Rami Malek), un talentoso hacker quien desde sus primeros minutos en pantalla nos da a conocer su ánimo revolucionario: nuestro protagonista tiene como objetivo primordial el luchar contra la injusticia social. Para ello, decide aliarse con Mr. Robot y Fsociety y derrocar a E-Corp (o Evil Corp dentro de la distorsionada visión de Elliot), el cual es el conglomerado más grande del mundo y además culpable de la muerte de su padre. Entiéndase entonces, que este no es solo un mero acto de venganza, pues quizás, la bandera principal de su causa es poder librar a todo ciudadano de sus deudas bancarias (sí, Fight Club y V for Vendetta son evidentes influencias para la serie). Entonces, ¿cómo logra Mr. Robot transportar aquel discurso a su lenguaje cinematográfico?
Para comenzar, y aunque suene evidente, cabe mencionar que el lenguaje cinematográfico se compone de varios elementos: dirección, guión, actuación, diseño de vestuario, diseño escenográfico, audio, entre otros. Ahora, se debe entender que todos los factores están constantemente dialogando tanto entre ellos como con el espectador, y hay algunos que en ocasiones pueden hablar más que otros: en el caso de Mr. Robot, la fotografía constituye lo esencial de su lenguaje.
Al echar un vistazo a Mr. Robot es fácil notar como la constitución de las escenas deja una sensación de desazón y malestar extraño: se percibe que algo no encaja del todo. Rostros relegados solo a una esquina inferior de la escena son pasajes comunes de la serie, y son una muestra evidente de la característica principal de la fotografía de Mr. Robot: quadrant framing. Éste es una método de composición de imágenes en donde el total se divide en cuatro partes para poder componer de manera desbalanceada, intencionado aquella característica dependiendo de lo que requiera la escena. En Mr. Robot se practica mayoritariamente el lower quadrant framing, donde la atención se ubica particularmente en la mitad inferior del encuadre.
Éste recurso es poco habitual en el lenguaje cinematográfico, pues nuestro ojo está acostumbrado a leer composiciones en la regla de los tercios, donde en los puntos clave de aquella cuadrícula invisible se puede crear una imagen balanceada y agradable por su familiaridad. Mr. Robot no elude por completo este tipo de composición, pues necesita de imágenes que obedezcan a un régimen tradicional para que sirvan de respiro, y así generar contraste con el quadrant framing y que este destaque más en las ocasiones que aparezca: que la repetición no agote.
Los principales responsables a la hora de orquestar estas secuencias son: Tod Campbell, director de fotografía y además ganador de un ASC Award por el episodio “eps2.0_unm4sk-pt1.tc” de ésta serie; y Sam Esmail, quien desde la segunda temporada ha dirigido todos los episodios. La intención que ambos mantienen para con esta clase de tomas es generar cierto tipo de tensión fuera de una narrativa clásica; ésta clase de encuadres llegan en ocasiones trascendentales para indicarnos más profundamente qué sucede en la escena. Tod Campbell en entrevista con Vulture el 2015 dijo: “La idea era transmitir la soledad. Aquel es el diálogo interno conmigo mismo: ¿Cómo contamos aquella historia? ¿Cómo consigues que Elliot continúe?”. Aquellos elementos visuales son los que finalmente nos ayudan a entender un poco más del mundo de Elliot, su visión de el y de lo que les rodean. El especial encuadre aquí utilizado tiene una versatilidad particular, pues el espacio negativo que rodea a los personajes cobrará distinto significado dependiendo de la escena: un espacio inmenso delante de Elliot puede ser indicio de su abrumante soledad; los cielos de los edificios de Evil – Corp pueden ocupar la gran mayoría del encuadre para aplastar a Angela Moss y mostrar la presión a la que está sometida; Darlene relegada a un rincón del encuadre mientras viaja por New York parece reflejar su constante estado de paranoia cuando le acecha el Dark Army.
Es importante destacar que cada temporada ha tenido una dirección fotográfica distinta, evolucionando a la vez que los personajes profundizan en su propio arco. La luz, por ejemplo, es de alto contraste durante sus primeras dos temporadas, mientras que la paleta de la tercera es mucho más desaturada; se funden los limites entre los personajes y el paisaje de New York, ciudad que se ve afectada por una inmensa crisis económica. Se conforman entonces no solo los personajes interpretados por el elenco de actores: está el exterior, que es un participe activo en todos los episodios de la serie; estamos nosotros, los espectadores, que somos interpelados constantemente en los diálogos de Elliot Alderson, el que nos considera también parte de su mundo.
Aquellos sucesos son narrados en exclusivo por el lenguaje visual de la serie, siendo igual o más importantes que el argumento principal de ésta; la ejecución no está caracterizada solo por la belleza de una escena, sino por las potenciales interpretaciones de la misma, y cómo nos desafía a los espectadores a leer el sub-texto tras ella.
Aún siendo una serie de primera calidad, puede que no haya generado mucho ruido en el radar general durante sus cuatro temporadas desde el 2015 hasta el 2019, pues hay que considerar el hecho de haber sido contemporánea de monstruos del marketing como Game of Thrones, Stranger Things o The Walking Dead. Aunque aquellas series no representen en particular “el mal cine”, sí es evidente como su éxito comercial les ha convertido en una caricatura de sí mismas, donde temporada a temporada han bajado considerablemente su nivel de guión y se refugian en el fan-service para poder subsistir. Éste es un problema común en franquicias que, luego de su éxito inicial, deciden extenderse en el tiempo para continuar con un flujo de ganancias al desmedro de su calidad: venderse. ¿Qué pasa entonces con los atributos cinematográficos de aquellas series? Claro, está allí, pues difícilmente con un budget tan inmenso podrías generar un producto que no cumpla con ciertos estándar de atractivo visual. El pecado entonces está en obviar lo estéril del resultado, donde desaparece la mano autoral para convertirse solo en otra anécdota de marketing (RIP Star Wars).
Mr. Robot fue un acontecimiento único en la historia de las series: se podrá en ocasiones criticar su naturaleza pastiché a la hora de evidenciar demasiado su semejanza con referentes, aunque aquello no sea realmente una falencia en si misma. Mr. Robot es de momento la única serie que ha tocado de manera tan cruda elementos cruciales de nuestra cotidianidad, y más importante, siendo constante en el método de ejecución que es la identidad de la misma.
Gracias, Sam Esmail, por ser siempre fiel a Mr. Robot.