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Stoned Jesus: Domingo de rezos

El debut de Stoned Jesus en Chile fue preciso: un bar pequeño del sector Oriente, varias decenas de personas y un setlist que superó la hora de duración. Un primer acercamiento ameno en pleno otoño stoner, donde casi no hubo selfies, ni gente fotografiando ni molestando con sus celulares, ni decoro en el grito ni en otro modo de desahogo.

El debut de Stoned Jesus en Chile fue preciso: un bar pequeño del sector Oriente, varias decenas de personas y un setlist que superó la hora de duración. Un primer acercamiento ameno en pleno otoño stoner, donde casi no hubo selfies, ni gente fotografiando ni molestando con sus celulares, ni decoro en el grito ni en otro modo de desahogo.

Hubo un momento en que Igor Sidorenko, la voz de Stoned Jesus, se lanzó con guitarra sobre la masa que lo vitoreaba desde el piño, y su torso grueso flotó y nadó entre brazos y melenas, suspendido y agitando las cuerdas como si tocar de espalda sobre una multitud fuese algo del día a día. Pero eso fue en la quinta canción del settlist. Hubo otro momento, al principio, en que las puertas del Club Rock y Guitarras se abrieron en una helada tarde de domingo, que arrancó con Yajaira celebrando 20 años a modo de bienvenida stoner.

Gorgar, Abre el Camino, Hormigas, Ruina Humana, Nirmanakaya, Estados Alterados, Vidrio Molido y Las Cruces fueron los 8 tracks que eligieron los chilenos para tejer el ambiente necesario de la jornada. Gran parte de quienes acudieron al encuentro con Stoned Jesus llegaron temprano para disfrutar también a Yajaira. El grupo cerró su presentación en medio de un bar casi lleno, rebosante en sudor y pelo largo. A penas unos minutos después del trabajo de los roadies, los invitados estelares subieron para conectar por su cuenta los instrumentos, y los fans acérrimos lo notaron de inmediato entre gritos.

El trío se formó en Ucrania y hasta la fecha han editado tres álbumes: First Communion (2010), Seven Thunders Roar (2012) y The Harvest (2015), que por estos días promocionan por Sudamérica. A la labor de Igor se suma Viktor (batería) y Sid (bajo). Juntos dan forma a un híbrido de stoner y doom, pero con reminiscencias al hard rock. La voz de Igor matiza aún más el cuadro: su modulación escapa del estándar del género, y su histrionismo también. Consigo portan canciones que perfectamente calzarían como singles radiales, pero su espíritu genuino despierta en los temas largos, los intrínsecamente stoner, que dinamizan el repertorio y se emplazan sobre los 8 minutos. En Ñuñoa optaron por un repaso generoso de una carrera de 7 años.

La fiesta comenzó con Rituals of the Sun y continuó con The Harvest. Al turno de Stormy Monday, Igor enloqueció cuando uno de los fanáticos le pidió el tema antes de tocarlo. Entre un público pequeño, el diálogo pudo ser fluido: la primera fila y los músicos conversaron constantemente. Algo parecido a una escarcha de domingo tiñó el show, que fue hardrockero e intenso, pero calmo en el disfrute de la música. En eso, buen día el domingo. Cierto relajo se respiró a ambos lados de la línea, a pesar de las latas de cerveza de medio litro que se vendieron en promoción a 2 por 5 mil, y de un guardia sagaz que durante todo el concierto se ubicó en una de las esquinas para resguardar el cumplimiento de la ley antitabaco y antidrogas.

En I’m the Mountain, un guiño a la Cordillera de Los Andes y un clásico entre los músicos que visitan este lado del mundo: una intro en guitarra eléctrica del Cóndor Pasa. La gracia hizo gracia. Después Igor flotó sobre el público, tocando mientras le apretaban y sostenían la espalda.

Como en las canciones de las misas del otro Jesús, aquí un púlpito no menos religioso se golpeó el pecho y coreó las letras como si las escucharan todos los domingo en la iglesia, en un coro de catequesis.

Versiones extendidas de Black Woods y Electric Mistress cerraron la primera parte antes del encore. Al regreso, el trío le dio en el gusto al público con YFS y Here Come the Robots, dos de las canciones más pedidas de la noche, que confirmaron que los ucranianos mantienen un público fiel al fin del mundo. El debut de Stoned Jesus en Chile fue preciso: un bar pequeño del sector Oriente, varias decenas de personas y un setlist que superó la hora de duración. Un primer acercamiento ameno en pleno otoño stoner, donde casi no hubo selfies, ni gente fotografiando ni molestando con sus celulares, ni decoro en el grito ni en otro modo de desahogo. Fue un show donde como pocas veces el mundo del rock no pareció claustrofóbico. Quizás la mejor reseña de la experiencia la resumió un misógino local, justo a la salida del bar: “Igual habían minas”.

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Me uno a los cantos masivos de la Cancha General.

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