Para varios el primer contacto con la música digital fue en el cyber-cafe del barrio, en la compañía de Ares y sus inexactas descargas ilegales. Durante la tierna niñez era imperante buscar sin cese alguno el último hit de Tulio Triviño y Juan Carlos Bodoque, pues la opción del CD se limitaba a una pequeña luz de esperanza en la espera del cumpleaños, y que con algo de fortuna un familiar recordase tu buen gusto. Hay sin embargo un pequeño conflicto en ello, pues la copia física no ofrecía ninguna mejoría en la calidad del sonido: un MP3 de 320kbps sigue siendo música digital. La diferencia más importante es que el álbum de 31 minutos incluía un booklet con los lyrics, y stickers de Juanín Juan Harry.
La decisión por el método con el cual consumimos nuestra música preferida es un tópico atractivo, pues hoy en día las alternativas sobran. Tenemos un mayor catálogo de alternativas, cada una más refinada que la otra, y se pueden dividir de manera efectiva en dos grandes grupos: el formato físico y el digital. Sin necesidad de estadísticas que lo corroboren, es evidente que lo digital marca tendencia en nuestro cotidiano, pues es una alternativa que guarda directa relación con el consumo masivo del streaming. Se podrán dar muchas razones respecto a por qué plataformas como Spotify o Apple Music son las más solicitadas, pero parece ser que el principal motivo radica en el ritmo de hoy en día: de rápido e inmediato consumo, lo express. El tiempo apremia, y lo aparatoso del diseño de un discman o personal stereo no responde de manera eficaz a las necesidades actuales. Aunque claro, ¿es realmente la comodidad un impedimento?
Vinilo, CD y cassette; hay quienes les dan por muertos y apuntan el streaming como el perpetrador. ¿Aquello realmente está sucediendo, o es solo nuestra percepción de los eventos la que nos lleva a creerlo? A comienzos de cada año, la RIAA (Recording Industry Association of America) nos presenta su Annual Revenue Report, en dónde se revisa el total de ingresos que generó la industria de la música en USA. En relación a sus cifras más frescas que datan del 2018, los números son avasalladoras en favor del streaming: Las suscripciones a aquellos servicios han generado el 75% de los ingresos totales anuales. El formato físico, por su lado, queda relegado a un lamentable 17%. Podríamos leer aquello y dar por cerrado el caso, pero lo interesante es que aunque las copias físicas hayan descendido en un 23% respecto al 2017 (en particular por lo negativo que fue el 2018 para el CD en USA), los vinilos son la excepción a la regla: han subido un 8% de sus ventas totales y han llegado a su nivel más alto desde el año 1988. Es decir, el vinilo encontró su mejor momento luego de 30 años.
Se debe entender entonces que la corriente del cotidiano y el consumo inmediato es lo que le da favor a los medios digitales, el medio predilecto por la mayoría; la comodidad, ergonomía y eficiencia del streaming parecen relegar a los formatos físicos a un terreno deshabitado. Sin embargo el revival de la música en tornamesa es un fenómeno irrefutable y son cada vez más los que optan por ésta alternativa: el triunfo del objeto.
Existen varias razones para darle preferencia al vinilo, en donde es evidente que su calidad de objeto es su más fuerte característica. Razones sobran: el arte de la portada, diseño de su sleeve, center labels, o ediciones especiales en que se cambia el wax negro por un color ligado al concepto del álbum. Un producto de naturaleza compleja que expande la experiencia músical. Con el CD y el Cassette se comparte también la característica de requerir de un tiempo extra para su instalación y escucha: un cuidado particular cuya cualidad ritual es glorificada por los más devotos. Maniobra inevitable de la materia.
No existe una manera idónea que corresponda a la experiencia musical, pues los medios emergen para auxilio del contexto: preferencias según lugar e individuo. ¿Un vinilo camino al trabajo? Delirio que socorre el streaming. Obremos entonces por lo que nos plazca: nostalgia, eficiencia, o mero fetiche del objeto.