Si, ante cualquier motor de búsqueda ejecutamos la consulta ‘ópera rock’, el resultado no debería variar. Exponentes como Queen, David Bowie o The Who se dan cita, pero ninguna obra más apegada a este género que The Wall, la creación máxima de Roger Waters bajo la sombra de Pink Floyd. Un disco que transita por un sinfín de emociones, narrando cómo la locura y el poder son adjetivos que pueden dialogar sin problema alguno.
Puesta en escena que no sólo se queda en lo sonoro: en vivo crea una compleja obra de teatro, con los respectivos antogonistas y héroes, eclipsando cósmicamente la noción de libertad que un hijo de soldado podría llegar a tener. Explosiones, emociones y gritos desesperanzados que mutaron en su verdadera finalidad: convertirse en una ópera.
El fin de semana pasado se estrenó en Montreal, Canadá, esta obra. ¿Lugar en específico? Cincinnati Music Hall, que fue restaurado especialmente para la ocasión. La función considera una orquesta de 70 músicos, con ocho solistas y 48 miembros de coro. Todo ellos interpretarán la ópera junto al barítono Etienne Dupuis, quien se pone en la piel de ‘Pink’, protagonista quien refugiado en las drogas, intenta romper su propio muro.
Evans Mirageas, director artístico, ha asegurado como bien consigna PyD: “No hay duda acerca de las melodías .El gran hallazgo ha sido cómo esas melodías se han transformado en una verdadera obra de ópera tradicional”.
Por su parte, Roger Waters, invitado de honor al estrenó, se mostró sorprendido al concluir que realmente The Wall se trata de una ópera a secas: “Mi experiencia siempre ha sufrido de que los experimentos en la colaboración entre el mundo del rock and roll y el mundo de la música sinfónica han sido generalmente desastrosos y deben abordarse con preocupación extrema. No me gustaba la idea de convertir el disco de Pink Floyd en una ópera. Pero me senté allí y me sorprendió el contexto general de la obra. Parece todo escrito para una ópera”.
Recordemos que Waters editará su nuevo álbum. Él será editado el 19 de mayo próximo, abocándose al amor, contraponiéndolo a los conflictos sociales y el poco espacio que se da para compartir con los cercanos: “También me he enamorado, profundamente. Así que el disco es realmente sobre el amor, que es de lo que todos mis discos han tratado de hecho. Es ponderar no sólo por qué estamos matando a los niños. Es también la cuestión de cómo tomamos esos momentos de amor – si se nos concede en nuestras vidas- y permitimos que el amor brille el resto de la existencia, en los demás”, narra el bajista.
“Pero no hay restricciones ahora en los discos porque nadie te paga nada por ellos. Así que todo está fuera de la mesa. Lo siento por los músicos jóvenes, sabiendo que todo su trabajo será robado y nadie les querrá pagar. También eso significa que puedes decir todo lo que quieras. Bueno, siempre he dicho todo lo que he querido de cualquier modo”, dice el mentor del concepto ‘Dark Side of the Moon‘. Un disco resumido, sin extensas pretenciones como Waters lo hacía habitualmente en sus propias obras.
“Escribí todo esto: parte paseo en alfombra mágica, parte diatriba política, parte angustia. Le toqué esto a Nigel, y me dice: ‘Oh, me gusta ese trocito’ – de unos dos minutos de duración- ‘y ese otro trozo’. Y en eso nos poníamos a trabajar”, continúa. “Tenemos algún trabajo realmente bueno en carpeta. Nigel es realmente bueno. Me dijo: ‘La gente siempre quiere hacer discos largos. ¿Cuánto tiempo duraba The Dark Side Of The Moon?’ Respondí: 38 minutos”, finaliza.