En 1970 Estados Unidos cambió su forma de producir carne. Los métodos que tradicionalmente guiaron la ganadería fueron reemplazados por un nuevo sistema industrial, que hoy se llama “factory farming” o industria ganadera. Hoy aquel sistema es la nueva norma, siendo el 99% de la carne producida hoy, proveniente de prácticas al borde de la ilegalidad y anti-éticas: algo que hoy conocemos como sólo carne. Estos sistemas que son normalizados, están siendo expuestos por un centenar de documentales que apuntan hacia la empatía y vislumbrar lo que realmente sucede entre las paredes de la industria.
“Eating Animals“ es un documental estrenado el 2018 que precisamente pretende transparentar las prácticas ganaderas desde relatos de agentes que fueron activos en esta “comunidad”. Este documental se encuentra basado en la memoria escrita de Jonathan Safran Foer del mismo nombre, siendo adaptada a la pantalla grande por Christopher Quinn, además de estar narrado y producido por Natalie Portman. Como hemos adelantado, este acercamiento plantea la narrativa desde la perspectiva de trabajadores y dueños ganaderos que mantienen una tradición familiar en su granja, es decir, una profesión que ha atravesado generaciones. Esta narrativa se empieza a romper a medida en que se introduce la ganadería industrial como norma, en donde este documental muestra el descenso de aquellos pequeños productores, así como también las pésimas prácticas que mantienen tanto estas fábricas productoras con sus animales como con sus trabajadores.
En este sentido, “Eating Animals” es el documental más empático respecto de los trabajadores ganaderos y el real impacto que estas empresas están haciendo tanto con sus negocios como con sus personas. Es así, que esta narrativa se adentra en estos principales personajes: Frank Reese, dueño de una granja de pavos; Craig Watts, ex-ganadero y espía que mostraba la realidad de la industria; y Dr. Jim Keen, veterinario que documentó los tortuosos experimentos realizados en animales en ciertas empresas.
A veces con imágenes gatillantes y dolorosas, esta historia se centra en la degradación humana que ha causado esta industria: desde el maltrato animal y experimentos, malas prácticas con sus trabajadores, el uso de antibióticos y la generación de pandemias mundiales debido al encierro, confinamiento y malos tratos, así como la contaminación ambiental que está generando. Todo aquello son hechos, los cuales han sido expuestos gráficamente y más en detalle en documentales como “Earthlings”, “Dominion” y “Cowspiracy”, lo que aporta en este sentido esta experiencia del 2018 es la perspectiva de los trabajadores desde el interior de estas paredes sangrientas.
Si bien con este largometraje podemos extraer conclusiones que aportan al debate pro-vegano como la dieta plant-based, pensar en estos animales destinados al maltrato como pensaríamos en nuestras mascotas y el poder político que tienen nuestras decisiones alimentarias, no se desliga completamente del problema principal de su título: comer animales. Si bien se orienta hacia una dieta consciente y sin maltrato animal, continúa direccionando su discurso hacia todavía comer animales, pero elegir desde dónde estamos comprando. El problema con aquel discurso, y por qué es controversial, es el simple hecho de que todavía promueve matar animales para nuestro placer y alimento.
Aunque este documental posea esta dirección consciente, y no se esté del todo alineado con el no asesinar animales, sí está planteando una interesante perspectiva respecto del excesivo uso de antibióticos en la ganadería, los alimentos procesados y las pandemias globales, que en la mayoría de los casos -sí, la mayoría, hasta el reciente COVID-19- han sido causadas por el desenfrenado consumo de animales y sus productos. Esta perspectiva empática aún funciona como una buena entrada hacia quienes están interesados en las prácticas sangrientas y violentas de la industria de la carne, pero aún no están dispuestos a concentrarse en los detalles gráficos de otras propuestas.