Es posible argumentar que pocas personas se han dedicado a intentar registrar la esencia de la cultura pop con la misma pasión que Julien Temple. El director audiovisual británico posee un extenso historial de producciones que cubren diversas épocas y rincones del mundo del entretenimiento, pasando por documentales ligados al punk, una película con actuaciones de personalidades como David Bowie y Sade Adu, sumado a una longeva colección de videoclips.
Dentro de lo impredecible de su vasto catálogo, resulta natural que el documentalista decida voltear sus ojos hacia un lugar tan mítico y magnético como la capital de la fiesta ubicada al sureste de España. Por décadas un punto estratégico de Europa, Ibiza ha sido el centro del hedonismo descarnado, impulsado por una de las industrias turísticas más exitosas del mundo. Sus miles de facetas son dignas de retratarse en una pantalla grande, y Temple hace el intento en Ibiza – The Silent Movie, buscando indagar en los mitos y verdades de la paradisíaca isla.
La estructura del documental pretende crear una experiencia que encapsule distintos momentos de la historia ibicenca, comenzando con el arribo del pueblo fenicio en las costas de la región, continuando con relatos mitológicos, el legado de los moros y las dificultades que las comunidades residentes han atravesado a lo largo de los siglos. Tras la aparición de rostros claves como el dictador Francisco Franco y la familia Matutes, comienza la épica de Ibiza como la eterna residencia de la lujuria y exceso que perdura hasta el día presente.
En teoría, el concepto de crear una película silenciosa en torno a uno de los lugares más imposiblemente ruidosos de la Tierra es un desafío intrigante, digno de asumir, que puede constituir una experiencia audiovisual enriquecedora. Temple expone a su sujeto de investigación mediante intertítulos y subtítulos que acompañan las grabaciones, pero aquí se presenta el primer problema del filme: la exposición de la historia y los datos sobre Ibiza es ejecutada con la frialdad mecánica de una presentación de PowerPoint.
Siete minutos adentrados en el proyecto, aparece una recreación del mito de Bes, el guardián de los dioses mayores fenicios, curiosamente personificado por Bez, bailarín del legendario conjunto mancuniano Happy Mondays. Esta ridícula interpretación, que roza los tintes de una caricatura racista, recuerda precisamente la clase de excesos audiovisuales que plagaron la escena EDM imperante en gran parte de los 2010’s, asestándole un primer golpe bajo a la producción, en un momento donde la calidad sale disparada por la ventana, sustituida por un kitsch sin límites y de pésimo gusto.
Dichas decisiones creativas, aunque perjudiciales, no merman la potencia del relato. El verdadero problema de The Silent Movie radica en su modus operandi, tratando de condensar los miles de años de Ibiza en una hora y media, sin ocupar una sola voz de apoyo. Concentrar la atención de las cámaras en un segmento específico de la historia entera habría permitido proporcionar una experiencia visual más efectiva y detallada. En lugar de eso, The Silent Movie se conforma con su desorientador caleidoscopio de viñetas que desconcentran más de lo que aportan.
Esto no es para decir que el montaje no es capaz de trascender a su audiencia, ofrecer momentos de belleza estética o invitar a la reflexión. Múltiples collages visuales son cruzados con una impecable dirección musical a cargo del reconocido artista electrónico Fatboy Slim, quien brilla principalmente en los segmentos más serios de la producción. Especial reconocimiento merece la recopilación de los horrores ocurridos durante la Guerra Civil Española, que emplea la brutalidad de “Swastika Eyes” de Primal Scream para gran efecto.
Existen atisbos de crítica consumista a lo largo de este trabajo, buscando cuestionar a la cultura de la fiesta desenfrenada, la invasión de la industria turística y las consecuencias que vienen a costa del disfrute ilimitado. Temple y su equipo conjuran un relato caótico y escalofriante sobre la crisis de las drogas que condujeron a múltiples colapsos hospitalarios en el albor del siglo XXI, pero sobre todo, proyectan una oscura luz sobre el futuro de la isla y la devastación que la intervención hedonista ha tenido sobre el medio ambiente ibicenco.
Dicho esto, las interrogantes levantadas por los minutos finales del documental se encuentran en una incómoda contrariedad con el exagerado énfasis visual que existe sobre los visitantes extasiados, las modelos en bikini, los hoteles, los cameos del mismo Fatboy Slim, etc. Esto, más que un análisis de sus pros y contras, sugiere una glorificación del estilo de vida eufórico y fiestero, coronando un lamentable líquido de sobrecarga sensorial que dejará a su audiencia agotada.
Quizás la elección de ilustrar la narrativa de Ibiza en un estilo más convencional, contando con entrevistas y variados puntos de vista, podría haberle permitido a Julien Temple sortear las trampas del relato mudo. Pero resulta imposible no apreciar el esfuerzo en intentar contar una historia con la forma experimental que emplea, sobre todo si se trata de un tópico humanamente complejo como este. Tal como su objeto de estudio y apreciación, Ibiza – The Silent Movie puede ser fascinante, ocasionalmente divertida, pero también difícil de tragar.